Al final se vendió, el avión presidencial terminará en una país de Asia Central, la República de Tayikistán fue quien pagó lo que se pedía por la aeronave, de acuerdo con avalúo establecido.
Al final no hay que ser muy duchos para darse cuenta que esta necedad de origen y que de manera increíble le dio votos a nuestro actual presidente, me refiero a toda la campaña que hizo de este famoso avión, terminó por costarle al gobierno una cantidad exorbitante; su promesa de campaña en ese entonces fue que se vendería porque no era necesario, lo que le acarreó la celebración de millones de sus simpatizantes, pero conforme fueron pasando los años, esa cantaleta se fue tornando en un discurso fallido, en frases vacías que a fuerza de no encontrar eco se fueron enterrando en el olvido, y hoy que al fin se deshicieron de ese emblema del sexenio pasado, lo mencionan como algo bueno, nada más falaz e irónico.
Cuatro años de idas y de vueltas, de dimes y diretes, pero sobre todo de mostrar una incompetencia gubernamental sin precedentes o mejor dicho quizá de evidenciar que el pueblo, el de a pie, el que vota, tiene solo dos dedos de frente y con tal de que le muestren que ese avión no lo tenía ni Obama fue suficiente para decir que AMLO era el mesías que pondría en su lugar a los conservadores que en ese entonces estaban en el poder.
Lo triste es ver al ciudadano que celebra esa venta, una venta que está a mitad del valor original de ese medio de transporte, un avión que ya había sido subastado, ¿recuerda la famosa rifa? Y que como no se usaba, sus costos de mantenimiento además de pagar lo que se debía por él, eran altísimos.
Del comprador mejor ni hablar, un país donde el gobernante es un dictador desde 1992, que ha ganado cinco elecciones desde entonces, lleno de autoritarismo y sin garantías democráticas, muestra que entonces que nuestro país sí se puede negociar con gente de este calibre y que mientras salga la bronca que el avión les generaba, todo se vale.