Política

Pobres resentidos

  • Mirada Latinoamericana
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  • Daniela Pacheco

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Según el periodista Sergio Sarmiento, “la desigualdad es un problema de envidia”, y a él no le afecta en nada no tener ni una fracción de los 52 mil millones de dólares de fortuna que tiene Carlos Slim. Es más, “le parece tonto concentrarse en ese tipo de problemas”. Cuando se está en el 10% de la gente con mayor riqueza en el país, parece fácil tener un corazón tan bondadoso.

En entrevista con el canal de televisión La Octava, dijo, además, que “el problema real de una sociedad no es la desigualdad, sino la pobreza”, como si fueran términos independientes. Y no se trata únicamente de un problema de conceptualización, sino de la actitud propia de los ganadores frente a los perdedores, de los triunfadores frente a los resentidos, esos que se quedaron rezagados en la escala social por su falta de sentido de superación.

No importa que los más ricos en México tengan ingresos hasta 25 veces superiores que los más pobres. Ni qué decir de los multimillonarios. No importa que las personas indígenas tengan hasta cuatro veces más de probabilidades de vivir en la pobreza. No importan las razones que recrearon tal sistema perverso. Es más fácil creer que los ganadores se merecen sus triunfos, producto de su arduo esfuerzo, que señalar todos los privilegios y ventajas, casi todas heredadas y muchas veces ilegales, que tuvieron para llegar allí.

El privilegio no come privilegio, pero hablar de desigualdad implica cuestionar esos privilegios.

Ignorar el debate de la desigualdad significa ignorar que padecemos un sistema fiscal injusto en el que los ricos no pagan impuestos o pagan proporcionalmente lo mismo que la clase media, de acuerdo a sus ingresos; significa ignorar los multimillonarios recursos que se desvían al bolsillo de unos cuantos por corrupción; significa ignorar la injusta distribución del gasto público, muchas veces orientada a quienes tienen influencia en el sistema político en detrimento de las minorías y los más vulnerables; significa ignorar el acceso desigual al capital y al conocimiento; la exclusión de las grandes decisiones políticas capturadas por las élites que sí saben cómo decidir porque sí tienen el conocimiento para hacerlo; ignorar la desigualdad estructural entre hombres y mujeres; la impunidad y el desigual acceso a la justicia, entre otros muchos elementos.

Claro que es más fácil restringir el debate a la superación de la pobreza, porque una vez que las familias alcancen mínimos para vivir —como si les interesara realmente— cualquier falta de éxito será únicamente resultado de su propio fracaso, y no de condiciones estructurales de una sociedad desigual. Alentar a que las familias gocen de derechos mínimos para ejercer su vida con libertad es fundamental, pero no resuelve la desigualdad.

Para gran parte de la meritocracia mexicana, está bien proveer de ciertas ayudas a los menos favorecidos, pero no poner en el centro del debate la necesidad de un cambio en el enfoque político, uno en el que la medida de nuestro dinero no sea directamente proporcional a nuestras contribuciones al bien común.

Asociar la desigualdad con la envidia es muy rentable para un sistema en el que los más privilegiados luchan arduamente todos los días para establecer y mantener las reglas de juego que más los favorecen. Mientras dejemos a los pobres en su categoría de resentidos, cualquier intento de no serlo, será pura envidia.

Daniela Pacheco


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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