Para liberarse, la mujer debe sentirse libre, no para rivalizar con los hombres, sino libres en sus capacidades y personalidad.
Indira Gandhi
Indira Gandhi (1917-1984) no lleva el apellido Gandhi por el célebre Mahatma Gandhi, sino por su esposo que nada tenía que ver con aquel. Hija del estadista y héroe nacional indio Jawaharlal Nehru recibe una educación esmerada en India, Suiza e Inglaterra. Creció en medio de las guerras de su país que no lograba unificarse y ganar con ello su independencia. Para mí que crecí con las heroicas luchas del Partido del Congreso creado por el mítico Gandhi y con su mismo andar por la política de su padre, Nehru se me hace una figura que atraviesa constantemente la noticia en primera plana, desde mi nacimiento hasta el día de su muerte y acaso más, por el ejemplo y el debate que propusieron a mi vida.
¿Cómo humanizarla? Esa mujer que de regreso de sus estudios milita en el Congreso Nacional Indio y participa en las luchas independentistas, que acompaña la carrera de su padre Nehru mientras éste estuvo en el poder, y que ha de reemplazarlo después. Sin embargo, antes ha de cumplir con su aprendizaje de guerrera política. Ya lo había hecho mientras acompañaba su gestión, pero luego se convertirá en ministra de Información y más tarde secretaria general del Congreso, y por lo mismo primera ministra desde 1966. En realidad, en su larga gesta ocupó todos los ministerios, tanto de Finanzas como de Interior, de Defensa como de Relaciones Exteriores.
Esa mujer que como ninguna otra en el siglo XX acometió una empresa que parecía ser destinada solo a hombres, con la reciedumbre de los grandes gobernantes que han constituido las bases de su nación libre y soberana. Pero le tocó a ella alejarse prudentemente de Estados Unidos y gobernar desde otra perspectiva liberadora. Apoyar la liberación de países amigos como Bangladesh y contener a otros como Pakistán. Su tarea fue ciclópea. Debía apoyarse en la Unión Soviética, pero también con prudencia. Limitar una población multitudinaria y controlar la natalidad a través de la esterilización. Su primera gestión como gobernante abarcó la década que va de 1966 a 1977. Parecía que a cada momento iba a ser derrocada, será por eso que guardo en mi memoria tantas noticias sobre ella.
Sabemos que una mujer que detenta el poder es atacada por todos los flancos. Así sucedió con Indira: fue acusada de corrupta y represora. Los escándalos se sucedieron luego de dejar su ministerio. Sin embargo, vaya sorpresa, sus opositores duraron poco en el poder, y en 1980, tres años después de su derrota, fue elegida nuevamente para dirigir su país.
La India es una vasta región que guarda una de las culturas del Oriente más espléndidas. No obstante convertirse en una nación próspera como la actual costó atropellos sin nombre y sacrificios humanos infinitos. En su seno prosperaron luchas de clase, religiosas, racistas e independizarse del Reino Unido forma parte de la historia personal de Indira, donde fungió como testigo, testimonio y protagonista.
En una cultura donde la mujer está sometida al hombre más allá de lo imaginable me pregunto, ¿cómo fue que pudo enfrentarse a tanta adversidad? Y Por añadidura volverse tan fuerte en su segundo mandato al punto de enfrentarse a sus enemigos con la misma saña que venía dándose en esta imparable confrontación sangrienta. No hay que ocultarlo, también ella mandó matar a un millar de sijs, corriente religiosa opuesta a Gandhi y su herencia, y asimismo destrozó sus santuarios. Sin querer o a sabiendas marcó su derrota frente a la vida. Cuatro meses después del mismo año, 1984, fue asesinada.
Todos sabíamos que tarde o temprano eso ocurriría. Había decidido medidas que sus propios simpatizantes rechazaban. Pero debió hacerlo para ganar la paz política y religiosa de una vez por todas. Difícil justificarla y también difícil olvidarse de ella y de la decisión que tomó para salvar del caos a su tierra y su gente. “¡Si supiera cómo me ha formado el haber vivido en aquella casa en la que la policía irrumpía llevándoselos a todos!”, exclamó frente a la periodista Oriana Fallaci, en una entrevista, donde también confiesa su admiración por Juana de Arco y cómo al conocer su historia imaginó para sí un destino semejante: la de salvadora de la patria.
La traicionaron sus propios guardias que abrieron fuego sobre ella en la mañana del 31 de octubre de 1984. La noche anterior a su asesinato como percibiendo lo que ocurriría expresó: “No me importa si mi vida va en el servicio de la nación. Si muero hoy, cada gota de mi sangre vigorizará la nación”. Como dicen tanto sus detractores como sus fieles simpatizantes: fue la mujer más amada y más odiada de la India.