La búsqueda en diccionarios, enciclopedias y tratados de los acervos de bibliotecas físicas como virtuales, de movimientos artísticos, poéticas diversas, estilos que configuran épocas y tendencias en las artes plásticas nos procuran una reveladora conclusión. Las ilustraciones pertenecen solo a artistas hombres, no existe para el editor o ilustrador de estos espacios, la artista mujer. De modo que si, como yo ahora, busco pintura neoclásica, ni por asomo voy a ir a dar con un modelo, uno solo, que anuncie, describa y muestre la pintura de las mujeres a la par de la de los hombres.
Angélica Kauffmann (1741-1807), notable artista de este periodo, es recuperada en principio por estudios hechos por sus congéneres. Por ejemplo, la célebre especialista en arte europeo del siglo XVIII, Whitney Chadwick, revela que si bien Kauffmann a su llegada a Londres fue saludada como heredera de pintores de la talla de Van Dyck, al momento de plasmar para la posteridad el grupo que representaba el periodo neoclásico en Inglaterra, Los académicos de la Royal Academy, ni ella ni ninguna otra mujer aparecieron entre los pintores de ese género. Del mismo modo es tratado el arte en cualquiera de sus acepciones hasta el presente. Los ejemplos serán siempre masculinos y la omisión de mujeres solo es percibida por nosotras.
Angélica nace en Suiza, hija de un pintor mediocre, pero que insufla a su hija el amor por la pintura. Al punto que la niña todavía no alcanza la adolescencia cuando ya se distingue por sus dibujos y colores. Aparentemente es su viaje a Italia en compañía de su padre que hace estallar en ella este talento ya en ebullición, pero todavía no en su apogeo. Comienza copiando como de alguna manera todos los que nos dedicamos a la creación hemos venido haciendo. Se copia lo que se quiere alcanzar, se imita al maestro, al modelo, al paradigma de nuestra pasión, ya sea literaria, plástica o musical. Así Angélica se desborda en grandes cuadros que imitan el neoclasicismo mediterráneo y que será renovado en Inglaterra.
Pocos son los materiales que contamos sobre esta gran artista, he debido recorrer con mucha acuciosidad su obra para percibir o adivinar parte de su índole.
Es fascinante observar el tratamiento que de las manos femeninas hace, invito al lector a que se extasíe por ejemplo con Ariadna abandonada por Teseo, a mi parecer uno de los más bellos cuadros surgidos de su pincel. Porque las manos que ella pinta están vivas en cualquiera de sus pinturas, delatan el ánimo del personaje, revelan la labilidad de lo humano, en verdad sus rasgos son conmovedores.
Por algunos indicios, salvo su amistad con su maestro Reynolds, sabemos que fue poco apreciada por sus colegas en tiempos en donde la mujer no solo estaba impedida de tratar ciertos temas, los históricos por ejemplo, o bien pintar ciertas siluetas desnudas, o incluso hacer gala de libertades plásticas en su misma profesión, sino que además todo ello redundaba en contra de su honor. Al igual que los versos despectivos que se ganaron mujeres de la talla de Victoria Ocampo en el siglo XX, Angélica Kauffmann fue satirizada así:
Angélica se gana mis aplausos;
Por lo suavemente que mancha los lienzos.
Y por sus graciosas damas, me procura mil delicias.
Pero si se hubiera desposado con tan mansos varones,
Como los figurados en sus relatos pintados,
Me temo que hubiera pasado una noche de bodas bien sosa.
Es evidente percibir la crítica o la propuesta: Atente a pintar las graciosas damas que te rodean, tu propio mundo, la domesticidad de tu entorno. A su autor le cae muy mal que Kauffman compita con un David por ejemplo, y que en muchos casos salga ganando. A veces, la delicadeza de sus composiciones hace de los cuadros de sus colegas, torpes apariencias de lo humano.
No pareciera que su vida privada le aparejara mejores dones que su vida artística. En 1767 fue engañada de modo tal que terminó casada clandestinamente con un sinvergüenza que se hizo pasar por un noble sueco. Una vez más su maestro y amigo Reynolds la ayudó e impidió que viviera con él. Poco después también la protege o la cuida para que aparezca con todo derecho, como una de las fundadoras de la Royal Academy en un mensaje dirigido al rey. Por otra parte, tuvo que esperar a que su primer marido muriese para emprender una vida más libre volviendo a casarse en 1781.
Como todos los seres humanos conoció la pérdida de sus seres más queridos quedando finalmente sola. A su muerte fue honrada como una reina, y esta vez sí como si hubiera sido un héroe, pintores, eclesiásticos, la sociedad culta, formaron un inmenso desfile hasta el cementerio donde sería enterrada en Roma. Lo más curioso es que como si estar muerta fuera más digno para las mujeres que estar viva, se la honró del mismo modo que a Rafael, llevando sus propios cuadros en la procesión. Vale decir, se la honró como nunca antes, con la horizontalidad que no muertas, sino vivas, nos merecemos.