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Los malos del cuento

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  • César Romero

Thomas Crooks debería ser un inmigrante mixteco, un "bad hombre" infiltrado en el Rust Belt U.S.A. De acuerdo con la principal bandera política de Donald Trump --la culpa de todos los males es de los inmigrantes--, la persona que intentó asesinarlo también podría ser una mujer musulmana que escapó de la guerra en Siria solamente para fastidiar el bendito sueño Americano; o bien, un infante venezolano que supo burlar el mejor aparato de seguridad el mundo y logró arrancarle un pedazo de oreja con un disparo de un rifle de alto poder a más de 100 metros de distancia.

En medio del estruendo generalizado ante el regreso de la violencia criminal como el eterno recurso político de los "crazies", vale la pena no olvidar que el magnicidio siempre ha ocupado un lugar central en la historia humana.

John Wilkes Booth le arrebató la vida a Abraham Lincoln; Lee Harvey Oswald a John F. Kennedy y Gavrilo Princip abrió la puerta a la primera Guerra Mundial cuando mató al Archiduque Franz Ferdinand. De alguna manera la lista del selecto grupo incluye a John Hinckley, Jr. quien atentó contra Ronald Reagan, como Claus von Stauffenberg lo hizo contra Adolf Hitler y Mehmet Ali Ağca, quien trató de matar al papa Juan Pablo II.

Y ahora Thomas Matthew Crooks, un muchacho de 20 años de edad --blanco, cristiano y republicano, por supuesto--, hijo de una clase media en uno de los suburbios privilegiados de la ciudad de Pittsburgh, Pennsylvania, uno de los centros neurálgicos de la elección presidencial que viene. Recién graduado de preparatoria en Bethel Park, PA, Thomas creció en una pequeña comunidad de alrededor de 8 mil familias que viven con un ingreso promedio anual de poco más de 110 mil dólares; esto es, unas 10 veces más que el resto del mundo.

Luego del colapso senil de Joe Biden en el anterior debate presidencial y ante la poderosa imagen de un Donald Trump rodeado de agentes del Servicio Secreto, con el rostro ensangrentado, un puño en alto y gritando "¡Fight! ¡Fight!" --y, obvio, con una enorme bandera de su país como background--, sobran los "expertos" que ya dan por resuelta la contienda de noviembre próximo.

Podría ser. Pero, quizás, la historia verdaderamente relevante no ocurrirá en las urnas, sino en el contexto del poderoso tufo a descomposición social y podredumbre moral que germinó el surgimiento de este nuevo villano, quien --of course-- fue ejecutado in situ por un francotirador del gobierno estadounidense.

El hecho es que en nuestro mundo la violencia siempre ha sido un ingrediente fundamental en la disputa por el poder. No hay sorpresa ahí. Y considerando que Estados Unidos es un país en el que hay 393 millones de armas de fuego en manos civiles --tocan a casi 1.5 por persona adulta--, tampoco ahí. Mucho menos en el contexto de la actual epidemia de odio y confrontación que tiene en el propio Mr. Trump a uno de sus principales propagadores.

Estrella de una peculiar narrativa pre guerra mundial que alienta la xenofobia, el racismo y un profundo desprecio hacia los referentes democráticos convencionales, utiliza su indiscutible talento histriónico para salir de Milwaukee --sede la Convención Nacional Republicana--, como una especie de mesías que utilizará una espada flamígera para confrontar al resto del mundo, empezando por los inmigrantes.

Poco importa en este momento que Thomas Crooks haya sido uno perfecto representante de ese "terrorismo doméstico" (léase: derecha extremista) que ha sido la imagen perfecta de la grandeza Americana por la cual Trump dice luchar.

En México también sabemos que el clima (de odios y enconos) también mata. Ahí están José de León Toral asesinando a Álvaro Obregón, el presidente reelecto, o Mario Aburto Martínez, quien disparó un viejo revólver sobre la cabeza de Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial del partido oficial, apenas un par de centímetros más centrado que los tiros del rifle AR-15 del papá de Thomas Crooks contra el candidato presidencial republicano.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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