Cambio o continuidad. Xóchitl o Claudia; Sheinbaum o Gálvez. La contienda es entre dos; solamente ellas dos. El resto es morralla. Y al fin de cuentas así debe ser, pues de eso se trata la democracia: un método (el menos malo) para elegir gobernantes. En este caso, mujer contra mujer, un dilema inédito en estas tierras.
Sin embargo, no tiene caso negar lo obvio: somos un país centralista con profundas raíces autoritarias, incluso asfixiantes. Del Tlatoani prehispánico al Virrey en turno. De Benito Juárez a don Porfirio, de Calles a Díaz Ordaz. De Salinas de Gortari a López Obrador.
Detrás de la definición de quién ocupará la presidencia de la República entre el 1 de octubre de 2024 y el 30 de septiembre de 2030 se asoma un nuevo intento por regresar al país de un solo hombre, a esos tiempos en que el poder Ejecutivo tenía control absoluto de Legislativo, Judicial y una influencia extrema sobre los otros "factores reales de poder" (los mega-ricos, los militares, las iglesias, las mafias, los medios, etc.).
Corremos el riesgo de montarnos en la misma ola nacionalista/populista a la cual se han subido la Rusia de Putin y el Estados Unidos de Trump y tantos otros países: en nombre de "recuperar" la gobernabilidad perdida se ataca con furia a las instituciones autónomas, a "los intelectuales" y al concepto mismo de "sociedad civil"; todo, en nombre de una difusa retórica según la cual "la auténtica voz de El Pueblo" --una especie de masa uniforme, destinada a aplaudir y vitorear a su líder-- solamente puede ser interpretada por aquella persona que encarna el supremo poder.
Aunque no deberíamos agobiarnos. En el fondo, el dilema es bastante sencillo: ¿Queremos el Plan de San Luis o el Plan C del gobierno actual? O, para decirlo de otra manera ¿En 2024 sigue teniendo vigencia la bandera de Francisco Indalecio Madero de 1910?
"Sufragio Efectivo, no Reelección", proclamaba, inspirado por un espíritu superior, nuestro "apóstol de la democracia" al inicio de una aventura que lo llevó a Palacio, le costó la vida y abrió la caja de Pandora a una revolución brutalmente sangrienta.
Hoy se trata, desde la candidata de Morena, de darle continuidad a su "movimiento", el gran proyecto de regeneración nacional, de justicia social y de amor encarnado en la figura de su líder y creador: Andrés Manuel López Obrador. Quien, supuestamente, se lo ha heredado a Sheinbaum. Con aplanadora y carro completo incluidos.
Mientras desde la oposición, que hoy encabeza Xóchilt Gálvez acompañada de una colección de viejas figuras del "viejo régimen", se trata de más o menos lo contrario: expresar un rotundo no a un proyecto, dicen ellos, de división nacional, violencia, muerte y desgobierno.
Por supuesto que "continuidad" y "reelección" no son sinónimos. Y, obvio: Claudia no es Andrés. Por cierto que ahí , en entender la diferencia entre ambos conceptos, radicó una de las principales virtudes reales del "viejo régimen".
Todos sabemos, o deberíamos, que los dos momentos más importantes en la vida de cualquier mandatario son, primero, asumir el poder y, luego, entregar el bando presidencial a su sucesor (en este caso sucesora). Por ende, resulta hasta entendible --sin quitarle su ilegalidad --, las ruidosas y constantes intervenciones del presidente saliente en el proceso electoral.
"Elección de Estado" , le increparán sus adversarios, aunque probablemente sin mayores consecuencias. Aunque, también lo sabemos, muy pronto le tocará lidiar con el infame año siete de su sexenio. El cual, apuntará a malo o peor, dependiendo del desenlace de la elección.
Del resultado de la jornada electoral dependerá en buena medida los márgenes de continuidad, y de cambio, que nos depara el futuro cercano. El cual dependerá, en buena medida, de los niveles de participación ciudadana en las urnas. (En país cuya tercera parte del territorio es controlada por el crimen organizado, vencer al abstencionismo ya será mucho).
Después --y como casi siempre ha ocurrido--, al interior de cada bando vendrán los ajustes de cuentas, saldrán a relucir (o no) el brillo de las navajas-- y se darán los acomodos necesarios/posibles para enfrentar el siguiente gran reto de continuidad o cambio que provocarán las elecciones del primer martes de noviembre en Estados Unidos.