Te comparto, querid@ lector@, tres razones que me permiten mantener un cauteloso optimismo en el balance de vida y lo que nos espera en el futuro cercano.
La primera. Somos más personas las que compartimos el mundo. Lo cual ocurre a partir de dos factores que considero fundamentalmente positivos: la notable caída de la tasa de mortandad al nacer y durante la primera infancia, y el que nuestra expectativa de vida es de casi dos décadas más que la de nuestros abuelos.
Hace seis décadas, en 1963, éramos 3.2 mil millones de seres humanos y hoy somos más de 8 mil millones. Como buena parte de los especialistas, creo que estamos por llegar al tope del crecimiento demográfico de nuestra especie, que por ahí del último cuarto de este siglo rondará los 10 mil millones.
Para el año que viene, 2024, India superará por 100 millones a la población de China, marcando la nueva tendencia que hará del siglo 21 un siglo de estabilidad y madurez. De hecho, en los últimos 4 años la tasa de crecimiento mundial ha sido menor al 1 por ciento respecto al año anterior.
Son muchas las razones que explican tanto el explosivo crecimiento demográfico como su estabilización, pero me parece evidente que las fundamentales tienen muy poco que ver con las ideologías y banderas políticas y mucho más con la expansión de los servicios de infraestructura básica –agua potable, drenaje, etc.—y los avances ocurridos tanto en escolaridad, ciencias de la salud, como en el uso de la tecnología.
La segunda. Hay menos pobreza. Lo que hoy conocemos como pobreza extrema ha sido una constante a lo largo de la historia humana. Por no hablar de los miles de años previos al inicio de “la civilización”, es claro que, hasta hace dos siglos, el 80 por ciento de la población mundial se encontraba en esa condición.
De hecho, en 1963 –mi línea personal de corte histórico--, la mitad de los habitantes del planeta la padecían. Desde entonces, la proporción de gente en pobreza se ha reducido a la mitad, dos veces. Esto es, para el 2001, la cifra rondaba el 25 por ciento (concentrada, sobre todo en algunos países de África, en especial la región del Sub-Sahara). Actualmente el porcentaje de quienes viven con ingreso por debajo de 2.15 dólares por día es menor a 10.
Es cierto que en números absolutos la cantidad de personas es más o menos la misma –unas 750 millones--, y que, desde una perspectiva moral, una persona en pobreza extrema debería ser demasiado. Sin embargo, me parece importante reconocer el avance.
La tercera. La brutal desigualdad en la repartición de la riqueza es más o menos insostenible. Me queda claro que aquí estoy caminando sobre una muy delgada placa de hielo. Presentar como positivo un problema mayor podría acercarme al territorio de La-la-land. Pero me explico: a pesar de que la lógica natural del capitalismo salvaje nos lleva hacia el colapso global, hay poderosas razones --sobre todo económicas-- que apuntan hacia una serie de importantes ajustes al propio sistema.
Hoy que la mitad de la población mundial vive con un ingreso menor a los 6.85 dólares por persona, hoy que la robotización de la economía industrial condena a las nuevas generaciones al desempleo permanente, resulta obvio que los mercados deben crecer, pues al final del día son las clases medias las que mueven la economía mundial.
En un contexto en que el 1 por ciento de la población tiene en su poder una enorme rebanada de la riqueza mundial, la misma dinámica de la producción masiva obliga a una expansión del universo de consumidores. Lo obvio: India y China podrían marcar la pauta. En un plano cercano, también buena parte de América Latina.
También me parece evidente que el aterrizaje demográfico puede ser suave o un tremendo golpe contra el piso. Lo mismo respecto al ecocidio: aunque el cambio climático llegue a ser irreversible, me quedo con el consuelo de que a lo largo de la historia del planeta, la naturaleza ha demostrado ser la fuerza superior.
Y por supuesto que los miedos de siempre no se esfumarán de un día a otro: a los otros, a la falta de agua potable, al copyright total sobre los alimentos. En lo personal, creo que la brecha económica puede generar transformaciones en que un pequeño segmento de la humanidad termine siendo irreconocible frente al resto.
Espero, deseo, que como especie podamos llegar al 2063 con nuevos avances en el desarrollo de energías sustentables y, por ende, un medio ambiente más limpio y mejor calidad de vida.
Profesor de la UNAM