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El frío, en la obra de García Márquez

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  • Celeste Ramírez

Los tibios efluvios que emanan desde la ribera del río y que abrazan todo Macondo son elementos distintivos en la obra de Gabriel García Márquez.

El frío no fue un contexto frecuente en la construcción narrativa del gran conversador del Caribe. Pero en el cuento “Ojos de perro azul”, impacta de sobrada manera una frase: “era el frío lo que me daba la certeza de mi soledad”, dice el personaje narrador en la recurrencia del sueño, en lo real imaginario, en esa búsqueda y obsesión de la mujer con ojos de perro azul. Ella tan cerca pero tan lejos.

Sí: los ambientes fríos como leitmotive en la obra de García Márquez podría ser impensables porque el autor se obsesiona —y nos ha obsesionado— con los calores del trópico, la resolana del Caribe, la lluvia incesante que despierta los humores y olores.

Pero sobre este contexto polar tampoco habrá que olvidar la fatalidad que vivió la recién casada Nena Daconte, cuando no le dejó de sangrar del dedo en el que llevaba el anillo de bodas, durante su viaje invernal por la frontera entre España y Francia, en “El rastro de tu sangre en la nieve”, (Doce cuentos peregrinos, 1992).

El frío, la realidad onírica y el tránsito por la muerte serán parte del hilo narrativo de Ojos de perro azul, publicado en 1972, el cual recopila diez cuentos que vieron luz en el periódico colombiano El Espectador, de 1947 a 1955.

En cada uno de los cuentos del libro hoy comentado, el sueño y la agonía se entrecruzan.

Es en ese momento inefable de la duermevela o hipersomnia —lapso breve o interminable— cuando la razón se diluye en laberínticas escenas, por ejemplo, en “Amargura de los tres sonámbulos” o “La otra costilla de la muerte”, el cual inicia cuando el personaje despierta para enfrentar “la llegada de su hora tremenda”.

La lluvia fría hace su aparición como elemento simbólico de los recuerdos, la tristeza y la soledad, así como de ansiedad y de angustia, en “Un hombre que viene bajo la lluvia” y, por supuesto, “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, pieza literaria que habrá de convertirse en un pasaje en la esencial Cien años de soledad (1967).

En Macondo llueve pero no hace frío. Ahí, en Macondo, Aureliano Buendía, por primera vez, conoció el hielo.


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