Nació el 26 de octubre de 1959 en un pueblo llamado Orinoca, al occidente de Oruro, en el Altiplano de Bolivia. Perdió de niño a cuatro de sus hermanos; tuvo que dejar la escuela para sostener a su familia; trabajó como pastor de llamas, albañil, panadero, trompetista. Conocía solo una lengua, el aymara. A los 19 años abandonó el Altiplano para buscar fortuna en el Chapare. Cultivó arroz, plátano, hoja de coca. Trabajó en el sindicato de productores, donde a fin de los 80 encabezó un movimiento de resistencia a la política de erradicación de la coca, financiada por Estados Unidos. En 1994 fue apresado tras una manifestación: hizo una huelga de hambre que lo volvió conocido en el país. Evo Morales no dejaría de evocar, en los años por venir, su biografía, que le serviría como base identitaria en su carrera política. Ya presidente hizo construir, para glorificar la historia de su vida, un museo que costó más de 7 millones de dólares, el más grande de Bolivia. Sus adversarios lo comenzaron a llamar Ego Morales.
En 1997 fue electo diputado por el Movimiento al Socialismo (MAS) y en 2001 fue designado candidato en la elección para la Presidencia. Tras perder entonces, triunfó después, para asumir en 2006 la Presidencia de su país. Impulsó un programa de nacionalizaciones, sobre todo en el sector de los hidrocarburos, con los que financió un ambicioso programa social en Bolivia. Redujo la pobreza extrema, que pasó de 36 por ciento de la población en 2006 a solo 17 por ciento en 2018. También redujo la desigualdad, que bajó de 0.60 en 2005 a 0.47 en 2016, medida por el índice Gini. La economía creció esos años a una tasa superior a 5 por ciento y el PIB por persona se multiplicó por dos entre 2005 y 2013. En la elección de 2009, Evo triunfó con cerca de dos tercios de los votos.
El éxito lo desorientó: en lo personal (junto al museo que dedicó a sí mismo compró un avión presidencial de 38 millones de dólares y construyó un palacio presidencial de 29 pisos) y en lo político (hizo modificar la ley para poder ser presidente una vez más, contra lo que postulaba la Constitución).
Ganó la elección y volvió a ser presidente, pero empezó a perder el apoyo que tenía en el pueblo. En 2016 fue derrotado en el referendo que proponía reformar de nuevo la Constitución para ser elegible para un cuarto mandato, resultado que rechazó con el argumento de que sus derechos humanos serían violados si no podía postularse en 2019. Fue apoyado por el Tribunal Constitucional de Bolivia, que tenía bajo control. La oposición condenó la violación del referendo. El 20 de octubre, durante las elecciones, al ser claro que no tendría la mayoría en la primera vuelta, el sistema permaneció caído durante 24 horas, tras lo cual fue declarado vencedor. El fraude fue condenado por los observadores. Estallaron las protestas; la policía decidió no reprimirlas; sus colaboradores empezaron a dimitir (alcaldes, diputados, gobernadores, ministros). El 10 de noviembre, la Central Obrera Boliviana, el sindicato más grande del país, su aliado más importante, le dio la espalda: le pidió “renunciar, si es necesario”. Poco después, el Ejército, al que privilegió durante todo su mandato, le retiró su apoyo: le sugirió “que renuncie”.
Investigador de la UNAM (Cialc)
[email protected]