Recorrer el país, hacer tres campañas nacionales, construir un movimiento/partido le ha permitido a Andrés Manuel López Obrador algunas cosas del pensamiento —ojo, digo el pensamiento que no el comportamiento— de los mexicanos.
Pongo un ejemplo. ¿Cuántas veces hemos escuchado al Presidente con el rollo de que los mexicanos y la familia, como nadie en el mundo, y que eso nos hace un gran país y bla, bla, bla. Todos los datos dicen que eso no es cierto. La violencia intrafamiliar, los crímenes sexuales al interior de la familia, el porcentaje de casas soportadas por una mujer que fue violentada o abandonada, en fin, hay muchos datos… pero en algo tiene razón el Presidente: los mexicanos siguen creyendo que esto no pasa, que es uno de los “valores” de los mexicanos. Cada vez que lo dice, el Presidente gana puntos con los que creen lo mismo, que son muchos.
Creo que algo similar sucede con el asunto de la prisión preventiva oficiosa. Es un asunto en que el Presidente interpreta bien un sentimiento bastante extendido entre los mexicanos: el castigo y entre más ojete, mejor.
Eso de los derechos humanos, seamos honestos, no ha prendido demasiado entre los mexicanos de a pie. Por eso el Presidente y su partido siguen ganando elecciones, con todo y los Salgados Macedonios, y despreciando las causas de las mujeres y por eso no ha insinuado que lo del aborto se “consulte”… en fin. Y, pues sí, si alguien parece delincuente pues a la cárcel, qué chingados. Este es un asunto en que lo que hace el Presidente es lo mismo que otros presidentes porque lo tenían muy claro. Es políticamente rentable meter gente a la cárcel lo merezcan o no. Porque en México nunca ha habido justicia, entonces tiene que haber castigo. Y entre más castigo, mejor. No somos los que el Presidente dice que somos, aunque la mayoría cree que somos los que el Presidente dice que somos. De ahí su éxito.
Hago una pausa. El lunes 12 de septiembre regreso a plantear otras dudas que, espero, sean razonables; por lo pronto los dejo con una frase que desde que la escribió por ahí de 2014 las gran Eliane Brum me persigue: “Llorar por los inocentes es fácil. Lo que nos define como individuos y como sociedad es nuestra capacidad de exigir dignidad y legalidad en el tratamiento de los culpables. El compromiso con el proceso civilizatorio es arduo y exige lo mejor de nosotros: respetar la vida de los asesinos. Todo lo que no sea eso es demagogia”. Pues sí.
Carlos Puig