Maite Azuela, integrante del comité de selección de las quintetas de las que saldrán los nuevos consejeros del Instituto Nacional Electoral, incluida su nueva presidenta, hizo desde la semana pasada públicos sus votos particulares en contra de algunos de los candidatos que están en esas listas.
Maite ha hecho públicas las razones. Ella piensa que no se cumple en “seis de los integrantes de las quintetas el perfil de imparcialidad y autonomía que prevé la convocatoria” y lo argumentó en sus votos particulares. Maite ha explicado bien estos argumentos en entrevistas en los medios, hay que escucharla.
Sergio López Ayllón, compañero de estas páginas, ex director del CIDE, fue también miembro del comité.
Sergio votó como Maite en dos de los seis casos, pero no por las mismas razones, sino porque, como lo explica en su voto particular, no lo convencieron sus trayectorias y desempeño en las entrevistas.
Y en ese documento hace una reflexión que creo vale la pena citar sobre parentescos y afinidades con actores políticos relevantes: “Considero que la cercanía o parentesco de una persona aspirante con algún actor político no es, por sí misma, una razón suficiente para establecer que se violenta el estándar de imparcialidad y autonomía. Descalificar a una persona por el solo hecho de tener una relación familiar o afectiva puede vulnerar diferentes derechos. En particular, en el caso concreto, el derecho ciudadano de acceso a la función electoral. Para restringir este derecho deben existir elementos objetivos que permitan suponer razonablemente que el desempeño autónomo e independiente del cargo de consejero o consejera electoral puede estar comprometido por esas relaciones. De lo contrario podríamos establecer una condición de discriminación por razones de parentesco. En el ámbito político, resulta necesario extender el concepto de autonomía y asumir que los sujetos tienen vínculos, historias, trayectorias y circunstancias propias. Esas características aunadas a la capacidad de decisión individual integran lo que la literatura especializada denomina como ‘autonomía relacional’. En cuatro de los seis casos, luego de revisar los expedientes y las trayectorias profesionales, concluí que las personas aspirantes se han desempeñado con autonomía, independencia e imparcialidad”.
En esta estoy con Sergio. Los adultos no estamos marcados irremediablemente por nuestros apellidos ni nuestros afectos. Menos en la vida profesional.