El penacho del México antiguo —conocido popularmente como el «Penacho de Moctezuma»— es una joya del arte plumario precolombino. Es la pieza más relevante y más estudiada actualmente en la colección del Museo del Mundo (Weltmuseum), como se le conoce desde 2013 al antiguo Museo de Etnología (Museum für Völkerkunde) de Viena, Austria.
El tocado llegó a Europa en el transcurso del siglo XVI. La primera carta de relación que escribió Hernán Cortés a la reina Juana de Castilla y a su hijo, el emperador Carlos V, describe un objeto que corresponde a la corona de plumas: «Una pieza grande de plumajes de colores que se ponen en la cabeza, en que hay a la redonda de ella 68 piezas pequeñas de oro, que será cada una como medio cuarto, y debajo de ellas 20 torrecitas de oro».
En 1520 es probable que haya sido uno de los objetos que admiró el grabador alemán Alberto Durero en la cámara de las maravillas del monarca europeo. En 1596 aparece el primer registro del ornamento, al que se conocía entonces como «sombrero morisco», que formaba parte de las colecciones del archiduque Fernando II de Tirol, sobrino de Carlos V.
Ahora bien, ¿por qué debería de importar traer al país un objeto que se encuentra en Europa desde hace 500 años? La primera razón es estética: es una de las escasas obras de arte plumario con técnicas y motivos precristianos que se conservan en el mundo (entre ellas el estupendo “escudo de Ahuítzotl” que también está en Viena).
El tocado que se asocia con Moctezuma, al tratarse de un trabajo de pluma anudado, es todavía más precioso por ser el único ejemplar de su tipo. La segunda razón es simbólica: su supuesta relación con Moctezuma Xocoyotzin, tlatoani mexica en el momento de la Conquista. En suma, ambos motivos hacen deseable su retorno a México.
El penacho ocupa un sitio central en las relaciones México-Austria desde finales del siglo XX: en cada una de las reuniones de presidentes y cancilleres mexicanos y austriacos se mantiene como referencia obligada. Repatriar —o no— la pieza ha sido un acto diplomático controvertido, que ha despertado sentimientos de amenaza o de seguridad para personajes de dos Estados que fundan su identidad nacional en sus tesoros culturales.
Para México, la importancia teórica de la diadema de plumas de quetzal se explica porque el patrimonio prehispánico del país ha sido uno de los pilares históricos de la identidad nacional. El artículo 16 de la Ley Federal Sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972 (su última reforma data de 2018) establece que “el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) promoverá la recuperación de los monumentos arqueológicos de especial valor para la nación que se encuentran en el extranjero”.
En la Cámara de Diputados, un punto de acuerdo de 2006, que impulsó el grupo parlamentario del PAN, denominó al penacho como “la reliquia más importante de México que se encuentra fuera de territorio nacional y fuera del dominio de los mexicanos”.
Dada nuestra tradición nacionalista sería previsible que el Estado tuviera un interés marcado por recuperar el penacho. Sin embargo, no ha sido así. El Gobierno mexicano no ha tratado la repatriación como prioridad, ni siquiera dentro de su política de recuperación de bienes arqueológicos. Los diplomáticos nacionales, sobre todo aquellos que conocen mejor el tema, consideran que no es empresa fácil, ni viable, ni necesaria, porque además de lo anterior, involucra a otro país.
No sorprende entonces que, desde la fundación del Estado mexicano en 1821, solo dos gobernantes hayan pedido a sus pares en Austria el objeto para exhibirlo en nuestras tierras: el emperador Maximiliano de Habsburgo-Lorena (1864-1867) y el presidente Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012). Qué paradoja que hayan sido dos mandatarios asociados con tendencias conservadoras quienes se interesaran por una pieza que hoy resume el nacionalismo indigenista.
En su momento, el presidente Calderón quiso aprovechar las conmemoraciones de 2010 —el bicentenario del inicio de la lucha de Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana— para traer el penacho. En vista de que se trataba de una iniciativa inédita, era importante para el gobierno garantizar la secrecía de los acuerdos.
Por eso, durante las negociaciones, en la cancillería se usaron códigos secretos como «plumero» (para referirse al tocado) y «Operación Pavo» (para referirse a la repatriación). Estos nombres irónicos atemperaron la tensión que provocaba el asunto en los círculos oficiales. Sin embargo, pese a la dedicación de la entonces canciller Patricia Espinosa, quien conocía el tema con suficiencia al haber sido embajadora de México en Austria, los esfuerzos en aquella época no dieron fruto. El reporte técnico final reveló la fragilidad de la pieza arqueológica, que impedía su traslado. Los cambios de gobierno en ambos países orientaron las prioridades políticas hacia otros asuntos.
En 2019, a 500 años de la llegada de Cortés a lo que hoy es México, el gobierno mexicano tiene la coyuntura idónea para adoptar un nuevo enfoque que permita el acercamiento del gran público nacional. La reflexión que ha sugerido el presidente Andrés Manuel López Obrador a propósito de la efeméride puede contribuir a impulsar iniciativas ambiciosas de cooperación cultural internacional. El papel del Legislativo también será determinante. A decir de varios especialistas en políticas culturales, los legisladores pueden impulsar reformas que permitieran mayor flexibilidad para la preservación y la difusión de la riqueza del patrimonio arqueológico nacional.
A partir de las facultades del INAH, tal vez se pueden ofrecer —con el acervo que en muchos casos se encuentra custodiado en bodegas— exposiciones temáticas en algunos de los museos más visitados del mundo y con capacidad para conservarlas.
Si se adopta una iniciativa semejante, deberán buscarse soluciones jurídicas que concreten intercambios de largo plazo. Así, algún día, el penacho podría viajar a México en condiciones de seguridad óptimas: tanto técnicas, para el cuidado de la corona de plumas, como políticas, para garantizar al Estado austriaco su propiedad. Esta sería una manera de honorar uno de los regalos, además del chocolate, que Moctezuma dio al mundo.
*Maestro en diplomacia y relaciones internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en patrimonio cultural