El horror de los cinco jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno ha sacudido al país entero. Es tal el desconcierto que una de las reacciones más repetidas ha sido afirmar que los perpetradores no pueden ser humanos, sino bestias, carentes de cualquier rastro de civilidad. Este análisis puede ser tranquilizador en términos morales, pero no ayudará a salir del profundo abismo en el que estamos sumergidos como país.
Este macabro acontecimiento sólo puede explicarse a través del funcionamiento de un perverso sistema de incentivos, alimentado por la impunidad. La disputa de los cárteles se ha trasladado también al plano mediático. Los grupos criminales tienen que dar golpes de efecto, hacer propaganda. Esto explicaría la filmación del aterrorizante video difundido en redes.
Luego, estos grupos no son un ‘tumor’ ni un accidente de la sociedad. Son el resultado de tolerar la violencia, la impunidad y la corrupción. No actúan para desestabilizar al Estado mexicano, como ISIS u otros grupos terroristas, sino que el Estado está profundamente imbricado con ellos.
Finalmente, se ha desarrollado –quizás como mecanismo de defensa y adaptación a una realidad que no se puede cambiar– una cierta indiferencia social. Me atrevería a decir, incluso, que la sociedad refrenda la dinámica de poder de los criminales. Analizando las letras de los denominados ‘corridos tumbados’ de moda, leemos frases espeluznantes, como: “Y esos que se portan mal / Aquí no hay chanza de hablar / Los echo pa’ la fosa” (Peso Pluma).
Lo simplista sería dividir a la sociedad entre bárbaros y ciudadanos, pero la interacción es más compleja. En realidad, sin darnos cuenta, hemos normalizado la existencia entreverada del crimen con la prosperidad de nuestras ciudades; de la barbarie con el desarrollo. Nos reconforta pensar que un mundo es ajeno al otro, leyendo sobre fosas y tomando lattes en Andares. Si de plano renunciamos a la empatía y a la indignación colectiva, habremos perdido también la batalla moral.
Que el dolor nos lleve a reflexionar nuestra responsabilidad colectiva: qué hicimos o dejamos de hacer para que Diego, Uriel, Dante, Roberto y Jaime hayan padecido algo que no debió suceder jamás.