“Me encantaría que me gustaran”, le dije un día a uno de mis alumnos cuando preguntó si me latían los corridos tumbados. Y antes de que pudiera regalarme una sonrisa un tanto compasiva, solté un “¡mentira, no es cierto!”. Así me he sentido desde que se estrenó Barbie. Con enormes ganas de ataviarme con sonrosados trapos, sucumbir a la presión social y caer con mis huesos en el cine. He tenido múltiples y estupendas oportunidades para hacerlo, pero me las he ingeniado para desaprovecharlas.
Por más que haya leído a la legión de especialistas en apreciación cinematográfica alabando a la directora del filme o resaltando las virtudes de una historia que se regodea rompiendo sus propios estereotipos, no me engancho. Primero, porque basta y sobra que sea un fenómeno que arrastre multitudes para antojarse repelente. Segundo, porque bastante se tiene con la industria cultural que ha alienado generaciones, como para caer en el garlito desmitificador, ahora que encontraron la manera de seguir haciendo rentable el concepto. Y tercero, porque desde la misantropía me temo que lo pasaré fatal.
Algo tienen esos fenómenos sociales que acaban siendo atractivos para el gran público y mucho más para quienes les producen. Recién leí en Twitter (¿sigue llamándose así o le debemos poner Xwitter?) el apunte de Fernanda Solórzano respecto al tema, sosteniendo la ausencia de ganas de hablar o escribir seriamente de Barbie. Al fin encuentro a alguien que se atreve a desacralizar una inercia que ha sido normalizada por aquellos que justifican el mérito desde el storytelling y defendida hasta el hartazgo por los que se tragarían lo incomible con tal de que esté bien condimentado y envuelto.
Y junto con Fernanda, cuya autoridad moral en la materia (del cine, no de la muñeca enajenante, por fortuna) conduce al libro Misterios de la sala oscura, una serie de reflexiones contextuales a la luz de obras selectas del séptimo arte, he vuelto sobre los pasos de Frédéric Martel y su imprescindible Cultura Mainstream, cómo nacen los fenómenos de masas, análisis desde el encuentro con los protagonistas del medio sobre distintas expresiones que congregan a las audiencias.
También poso mi mirada en Cultura Pop: Resignificaciones y celebraciones de la industria cultural en el siglo XXI, de Ignacio del Pizzo y Leonardo Murolo, que desde el Cono Sur retratan el consumo popular con alcances globales. Entonces encuentro más atractivo analizar el fenómeno de la muñeca por lo que le rodea que por el producto mismo. Aunque siga pensando que me encantaría que me gustara la película, pero como con la escena de mi pupilo, estaría mintiendo.