Hay una treta del pensamiento que orilla a la cabeza a tararear de forma involuntaria una cancioncilla. Suele funcionar con piezas que a uno le disgustan o bien que nunca elegiría. Se denomina gusano de oreja o síndrome de la canción en bucle, y es una verdadera monserga, porque por más que uno se sacuda la tonada, nomás no se va. Incluso retumba con mayor intensidad, como si el mentado síndrome se burlara del sujeto en cuestión.
El bucle me lo he ganado por curioso. Siguiendo las enseñanzas de un buen amigo, quien nada más por comprobar que algún alimento le desagrada acepta hincarle el diente, quise verificar que la música del conejo malo me cae en pandorga. El resultado era predecible, pero en una manifestación de justicia antipoética me he descubierto masticando mentalmente “Tití me preguntó”. El gusano incluye remate, con esa respiración que Benito usa, como de niño que se está privando y vuelve del ahogamiento.
Las horas pasan y de plano no sale la chundada y creo que ya hasta le voy agarrando cariño. Por alguna razón lo cutre se pega como chicle caliente. Y luego ya no hay quien lo pare. Por eso luego aparecen casos, como el de aquella familia que se volvió tendencia en “Tuirer” al recetarse a pico de botella una buena champaña recién comprada en un expendio automático.
La escena digna de un episodio de la Familia Peluche por la comicidad involuntaria, hizo las delicias de la raza en la red social, un poco por el prurito del perro oso ajeno, un poco por la envidia de la verde por no ser quienes le estuvieran entrando al chupe. Como era de esperarse el epíteto más socorrido fue el de nacos, pues los integrantes del clan no repararon en expresiones de esas que el barrio respalda.
Lo bueno es que a la defensa del uso del término apareció mi carnal, Paco Barrios, “El Mastuerzo”, para recordar a la banda que ser naco es chido. Al que en definitiva no le salió nada chido y sí de muy mal gusto fue al “Cata” Domínguez, quien organizó tremendo fiestón a uno de sus críos con narcotemática incluida. Solo a un ser con la lucidez del cruzazulino se le ocurre dar rienda suelta al show en medio de la intachable seguridad que priva en este país.
Naturalmente, apenas se subieron las imágenes al “Insta”, ya pedían su cabeza los mismos que eran tildados de exagerados, cuando en realidad a la apología de la violencia se suma la insensatez de no comprender aquello que el ilustre Fher, de Maná, sostenía cuando berreaba: “¿dónde diablos jugarán los pobres niños?, ¡ay, ay, ay!”. Bodrio que, por supuesto, ahora ya no puedo dejar de tararear.
Carlos Gutiérrez
@fulanoaustral