El pasado viernes, López Obrador nos ofreció una vez más la cara del resentimiento, el encono y la soberbia.
No me voy a meter en la legalidad o ilegalidad de los reportajes que llevaron a nuestro mesías a actuar como verdulero de mercado, lo que me preocupa es que él es nuestro Presidente, él es el hombre que representa al pueblo mexicano y que no puede aparecer a nivel nacional, es más a ningún nivel, haciendo los desfiguros que hace solo por que las cosas que salen a la luz pública “lo calientan”.
Estamos hartos de sus cortinitas de humo, hartos de sus chistosadas que, aunque son el alimento de sus porristas, no pasan de ser muchas veces dichos corrientes y de mal gusto.
Me queda claro que todos queremos a nuestros hijos y deseamos lo mejor para ellos, incluso los defenderemos contra todo, pero como dirigente de una nación, entrar en un juego de dimes y diretes en el que queremos defender la honra de nuestro vástago, cuando primero nosotros mismos lo tachamos de mantenido, exhibiendo información privada con tal de provocar la ira de sus fieles seguidores en contra de alguien, no creo que sea lo que uno espera de su jefe de estado.
Antes de ponerse a hacer su teatro de rabietas, nos gustaría que se preocupara por la economía mexicana, por el alarmante crecimiento en el índice de pobreza, por la fuga de inversiones, por su mediocre estrategia de salud, por los altos índices de violencia, por tantos y tantos problemas reales que tiene nuestro país y que claro no los origino su gobierno, pero hacia los cuales ha mostrado una incompetencia total para afrontarlos.
No se a usted, pero a mí me preocupa la sarta de tropiezos que vemos en las mañaneras con sus evasivas, su afán por conducir la agenda nacional hacia lo intrascendente, por sacarle la vuelta a los problemas reales y que las malditas matemáticas, que nunca se equivocan, le recuerden el declive numérico que sufre en los principales parámetros de prosperidad y bienestar del país.
Así no se puede, llevamos tres años de ver el derrumbe de una figura que no sabe gobernar o que piensa que gobierna y se aferra a una realidad utópica que solo existe en su imaginario.
La esperanza de México se diluye.
Esto no es un concurso de popularidad, porque es lo primero que sus incondicionales sacan a relucir.
Tenemos tal vez al Presidente más popular que ha tenido nuestro país, cosa que no sirve de nada cuando ese Presidente no sabe o no quiere gobernar.
