Lo que sucede un día después de las elecciones ya lo conocemos todos.
Por un lado, los ganadores se ufanan que han conseguido la aprobación de la sociedad, por otro lado, los no favorecidos argumentan una serie de pretextos que los han llevado a caer en desgracia.
Los ganadores celebran a diestra y siniestra y preparan su ingreso al poder, argumentando la justicia, el clamor social, la suerte y hasta la ayuda divina para lograr el objetivo.
Pero una gran mayoría, una inmensa cantidad de gente se encuentra quejando y lamentando.
Las lamentaciones suelen ser de todo tipo, los fanáticos de los partidos perdedores se quejan de malos manejos en el proceso electoral, de situaciones turbias, compras de voto, acarreos, corrupción en los órganos electorales y hasta traiciones de gente de su mismo partido, en fin, resulta que quien gana siempre lo hace por malas prácticas, pero quien pierde siempre es santo y puro.
Pero otro segmento de la gente, el segmento mayor, se encuentra enojada, porqué siempre gana el que no quieren, siempre gana el peor o siempre ganan los mismos. Y ¿de quién es la culpa?, pues simplemente de ellos, de los quejosos.
Al mexicano le encanta quejarse, depositar las desgracias en manos de otros y siempre salir inocente de cualquier pecado.
Las elecciones que acaban de suceder en Durango, nos demuestran que a nivel estatal solamente acudió a votar un 40% de la población y resulta que de los estados que tuvieron elecciones, fue el que más tuvo afluencia, imagínese nomas como estuvieron los otros.
Para hacer más triste aún la nota, deje le cuento qué en Gómez Palacio, solo acudieron a las urnas el 27% del total del padrón, pero eso sí, las quejas y lamentaciones siguen y siguen y seguirán.
Mientras el ciudadano promedio no se comprometa con su entorno, mientras le dé igual quien gane en un proceso electoral y no acuda a votar, no tiene derecho a quejarse.
Con diferencias de 2000 votos en Gómez palacio y 500 en lerdo, votando solamente 4 de cada 10 ciudadanos, es claro que con una mayor participación cualquiera podía ganar, no solamente los punteros.
Vivimos en un país en el que somos buenos para reclamar y señalar, pero muy malos a la hora de comprometernos y actuar.
De nada sirve acusar las faltas del gobierno, cuando el primero que falla es el ciudadano. Ojalá tomemos conciencia de eso y en el futuro nos demos la oportunidad de hacer una diferencia.