Como si también fuera una distorsión genética, la película Corazón azul (2021) de Miguel Coyula toma discursos, entrevistas, noticieros y los convierte en ficción. Ubica el material documental y de archivo en un contexto imaginario donde todo se resignifica. No obstante, el vínculo entre esta distopía y la situación actual de la isla caribeña es más cercana de lo que aparenta. Si bien es poco probable que un proyecto para manipular el ADN de los cubanos esté en curso, es cierto que el socialismo en un solo país puede resultar tan experimental como la ciencia que trabaja con lo transgénico.
Aquí se evidencia que un trastorno psicológico puede ser producto tanto de factores biológicos como sociales, nunca de manera separada. Por ejemplo, el terrorismo como protesta podría ser uno de los efectos secundarios que acarrea cambiar la estructura del ser humano, pero también consecuencia del hartazgo con la situación de censura que viven los artistas cubanos. David, el protagonista, es un pintor al que le piden cambie el nombre de su cuadro “Héroe nacional”, pues la persona a quien retrata es un tanto grotesca. David es también una de las personas con las que se ha practicado el proyecto Che Guevara de manipulación genética. Quizá sean estas dos situaciones las que orillan a este personaje para que utilice una extraña fuerza energética que hiere a la gente y explota edificios.
La extrañeza de este mundo alterno y cruel se construye a través de imágenes con un fondo negro, como si de repente toda la materialidad del mundo, excepto los actores, desapareciera. También hay torres industriales que emiten fuego y una puesta en cámara que privilegia los ángulos desequilibrados y poco comunes. Corazón azul estruja la realidad y engendra una quimera donde los problemas de la sociedad cubana se magnifican.