Política

Los neorreaccionarios

  • Columna de Bruce Swansey
  • Los neorreaccionarios
  • Bruce Swansey

Una pareja de conspiradores fue detenida en Baltimore porque se proponían inhabilitar la red eléctrica de una ciudad predominantemente habitada por afroamericanos.

La comunidad india en Dublín expresa ante su embajada su preocupación ante la creciente ola de agresiones perpetradas por jóvenes que no se detienen en el insulto sino que con mayor frecuencia pasan a la agresión física.

En varias ciudades inglesas estallan conflictos debidos a lo que los agresores definen como una invasión de extranjeros a quienes consideran criminales.

Como antes el Reino Unido, en Francia la extrema derecha aspira a separarse de la Unión Europea para recuperar el control de sus fronteras. El desastre de Brexit no parece alertar a quienes viven obsesionados según ellos por la defensa de la patria.

En Alemania sucede otro tanto y lo que hasta hace 20 años era indecible hoy es moneda corriente. La Alternative für Deutschland se encarga de hacer explícitos el antisemitismo y la xenofobia, una de las fobias que definen el resurgimiento de la derecha y que amalgaman fuerzas de otra forma fragmentadas.

En España fuerzas similares se proponen impedir la celebración de fiestas religiosas musulmanas porque para los fascistas incluso rezar es un delito.

En junio en Hungría Victor Orban prohíbe la marcha del orgullo gay que de cualquier forma toma la calle para recordarle al statu quo iliberal que las diferencias no sólo existen sino que, además, están dispuestas a movilizarse para defender sus derechos.

En Polonia la derecha mezcla la represión comunista con el fanatismo católico para decantar la fórmula del arcaísmo militante que rechaza cuanto detecta como democrático y exige el regreso a la patria eterna, purgada de todo lo que no consideran lo “propio”.

El malestar de Occidente nunca ha sido más grave porque estos acontecimientos revelan la supervivencia de un germen nunca eliminado, manifiesto también en las convulsiones bélicas que pautan el horizonte del siglo XXI. El anhelo exterminador de un mundo primigenio sigue azuzando la intolerancia.

Si los conspiradores de Baltimore eran ineptos y regionales, la nueva derecha es eficaz y global. Sus adeptos van desde los libertarios de Silicon Valley hasta las clases que creen haber sido despojadas por el globalismo y la revolución digital y por quienes están convencidos de que, para lograr la revancha y hacerse justicia, la hora de actuar es imperiosa.

Su ideario va formándose mediante ciclos internacionales de conferencias y “Think tanks” destinados a analizar las condiciones para subvertir un sistema que encuentran decrépito e inoperante. Para ello cuentan con las redes sociales que actúan como cámaras de redundancia para difundir ideas que hasta hace 20 años eran marginales como el desmantelamiento del Estado, el reemplazo de la democracia en favor del autoritarismo, el traslado de la administración empresarial al gobierno como si el país fuera un negocio, la supremacía racial, la destrucción de las instituciones y especialmente de las universidades cuya educación crítica no casa con la eficacia vertical de un sistema monolítico, la descalificación de la salud pública y de la investigación científica, el rechazo y aun la persecución de las llamadas minorías y el regreso a un sistema monárquico donde los neorreaccionarios purguen el mundo de cuantos no quepan en la utopía, el rechazo de los derechos humanos y la lucha contra el carácter multicultural que amenaza la integridad de Occidente.

Los neorreaccionarios deben comenzar por desmitificar las instituciones que según ellos velan la realidad. La democracia es un mito, alegan. Una élite manipula a las masas haciéndolas creer que su voz cuenta en un reparto del poder decidido de antemano. Hay que despertar ideológicamente a la mayoría narcotizada por la costumbre y gobernada por una inercia fatalista, restaurar un mundo corrompido y debilitado y regresar al futuro imperialista de los antecesores que de pasearse hoy por Londres sólo reconocerían la decadencia de su legado.

Según el credo de la nueva derecha la revolución es impostergable pero el resurgimiento de los autócratas lastra la premura con que se debería imponer el cambio. Trump, Putin, Orban, y los que se sumen, no hacen lo suficiente para lograr la aniquilación del sistema. Los ingenieros del caos tienen prisa.

Parte de su mensaje consiste en el festivo cinismo con que afirma lo que hasta hace poco escandalizaba y hoy se ha normalizado. No sólo eso. Expresar opiniones degradantes es parte de una actitud “cool” que no teme romper los tabúes sociales, raciales y sexuales para provocar. Hoy no es necesario ser viejo para ser conservador. Quienes forman parte de la generación que hoy tiene entre 20 y 30 años son el grupo más nutrido de neorreaccionarios. Es una nueva enfermedad de la juventud. Para ser actual, afirman, hay que ser disidentes de la derecha tradicional y despertar a las masas del aletargamiento narcótico, aunque hay quienes opinan que estas deben continuar sin intervenir en la política.

Este apresurado recuento del malestar de Occidente permite identificar ciertos principios ideológicos que prevalecen más allá de las fronteras e incluso de la lucha de clases y actúan como cemento para amalgamar lo que de otra forma sólo es una infame turba.

La homogeneidad es la base nostálgica sobre la que se acumulan los agravios y desde la perspectiva de los neorreaccionarios etnonacionalistas define el espacio de la pureza gobernada por una raza superior. No es necesario abundar en lo que el supremacismo racial significa ni en sus consecuencias que estallan aisladamente pero como parte de una mentalidad común.

El racismo incluye la xenofobia que se mantiene alerta ante el desplazamiento internacional de víctimas que huyen de la violencia de la guerra, de la limpieza étnica y de la miseria, pero que a ojos de la extrema derecha son criminales.

La homofobia y la misoginia forman parte de la intolerancia de la derecha radical que mediante los “influencers” y las redes sociales alimenta la machosfera que predica una mentalidad rencorosa obsesionada con la revancha.

La nostalgia proyectada al futuro tiene un elemento religioso que se manifiesta en la devoción por los hombres fuertes. La base MAGA cree en Trump como otros en la Santísima Trinidad. Parte del renovado malestar de Occidente se debe a esta mezcla entre el partido y el templo, entre la política y la fe que generan la esperanza del retorno al Edén totalitario.

Al contrario de Woody Allen que jamás se inscribiría en un club donde hubiera personas similares, los conspiradores luchan por crear la utopía de un mundo homogéneo, en donde todos sean idénticos, un mundo previo a Babel, anclado en la aurora ficticia de una raza superior cuyos valores les corresponde defender.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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