Una vez que los estantes fueron retirados, los estudiantes del tercer grado, grupo B, fueron organizados por la maestra para llevar a cabo, en la hora de recreo, un picnic saludable, donde la instrucción era llevar alimentos preparados en casa, compuestos principalmente de frutas, verduras y guisos a base de carnes rojas o blancas. Una vez colocadas las sillas en círculo, fueron repartiendo una porción de los alimentos a cada niña y niño. Durante el almuerzo la maestra comentó las importancia de una buena dieta, en donde los alimentos procesados representaban un riesgo si se convertían en la base de la alimentación. Al término del convivio el pequeño Sebastián exclamó: Deberíamos hacer esto diario, yo lo llamaría desayuno escolar.
El apoyo a la infancia mexicana, desde el punto de vista nutrimental, y por parte de las instituciones gubernamentales, tienen sus primeros pasos a mediados de 1947, donde, a través de la Asociación Pro Nutrición Infantil, se inicia y da forma a un programa de desayunos escolares. Esta estrategia era parte de varios proyectos asistencialistas para la población. En los primeros años se logró conformar dicho plan, aunque se necesitó establecer un espacio para el almacenamiento de la materia prima, producción y punto de distribución para los alimentos.
Para 1950 se buscó un espacio propicio para dar un mejor servicio y con mayor alcance. Es así como se establece un domicilio oficial en la colonia Condesa, Ciudad de México, específicamente en la calle Pachuca, número 189. Este predio fue conocido, desde inicios del siglo XX, como la Casa de las Bombas, ya que se trataba de una construcción que tenía como objetivo bombear agua a toda la ciudad, proveniente de Xochimilco, la cual dejó de funcionar a principios de 1940. Una vez adecuados los espacios, se proyectó una producción aproximada de 50 000 raciones diarias.
Para lograr su objetivo fue necesario capacitar al personal y dotar de mesas giratorias y transportadoras. Del mismo modo, se diseñó un menú semanal, donde, de lunes a viernes, los almuerzos constaban de: un cuarto de litro de leche, un sándwich de mermelada y una pieza de fruta, comúnmente plátano.
Se daban diversos complementos a lo largo de la semana, los cuales variaban de la siguiente manera: lunes y viernes, emparedado de jamón con mantequilla; martes y jueves un chocolate y un sándwich de queso amarillo, solo los miércoles se incluía un emparedado de paté de hígado de pato y un huevo cocido. Para su embalaje se utilizaba papel encerado y todo era colocado en una caja de cartulina. Con el paso del tiempo estos menús fueron cambiando, en algunos casos volviéndose más prácticos. Lamentablemente, en un punto de la historia, se optó por dar concesiones en venta de alimentos o combinar los desayunos escolares con alimentos procesados. Y todo eso nos trajo hasta aquí.