Sobre el altar de la casa ya habita el Niño Jesús, ataviado con su nuevo ropaje tejido a mano en gancho y decorado con motivos florales. Como cada año, en la casa marcada con el número 112, se realiza un festín gastronómico ancestral, se cierra la calle con unos tambos, se coloca una lona modesta y se juntan unas cuantas sillas, de manera sistemática los vecinos arriban a dicho lugar y, después de un cálido saludo y entrega de algún presente, son recibidos son un vaso de atole blanco y un envoltorio del cual sobresale un tamal, ya sea de dulce, verde, mole o rajas, según la suerte o el destino. En esta ocasión no hubo cambio alguno, solo que llegamos con un poco de retraso para presenciar aquella escena.
A una semana de celebrar el Día de la Candelaria, una festividad con fuerte significado tanto prehispánico como novohispano, no podemos dejar pasar parte de su proceso histórico, implicaciones sociales y futuro en construcción.
Para esto, solo mencionaremos que, el uso de masa de maíz en la época prehispánica, sentó las bases de la alimentación indígena y mestiza de los siguientes siglos, hasta nuestros días. En el caso específico de los tamales, como lo comenta José N. Iturriaga en su libro La cultura del antojo, estaban asociados a ritos o ceremonias funerarias, ya que se degustaban o eran ofrecidos a deidades como Mixcóatl y se colocaban sobre las tumbas de sus fallecidos; pero también eran preparados para bodas.
Durante el periodo novohispano, la fusión con ingredientes como la manteca de cerdo y el consumo de cárnicos como el pollo, la res y el cerdo, asentaron de manera fructífera en los paladares populares. Lógicamente aquí se tuvo una incorporación de este platillo en todas las mesas, aunque en el caso criollo o español, fuese de manera íntima. Así es como se llega al periodo del México Independiente, donde la intensa búsqueda de una identidad nacional llevó a los gobiernos en turno a ir de un lado para el otro, con la intención de crear un modelo mexicano. En este momento el maíz, y sus productos, aún eran considerados de poco valor, pero, casualmente, era común encontrar vendedores de tamales y atoles a lo largo y ancho de la Ciudad de México.
Es así como, de manera silenciosa, esta dupla se incrusta en la dieta mexicana, y va adoptando las nuevas formas, facetas, modas o incursiones de la comida mexicana. Se pigmenta de rosa, como en caso de los tamales de dulce que originalmente eran de guayaba rosa; o fusionan con otro tipo de harinas, como los tamales canarios que se preparan con harina de arroz; se rellenan con mermeladas, queso-crema o piezas de carne entera y, a su vez, salen a la luz las versiones más antiguas, como lo es el Zacahuil. De esta forma es posible devolver la gloria de un alimento que ha estado presente desde tiempos inmemorables.