Decenas de mujeres enterradas, descuartizadas en una casucha en el Estado de México, asesinadas por el mismo hombre. Es una realidad, que además es un género en la ficción, hay cientos de películas y series de televisión de asesinos obsesionados en masacrar mujeres. El Marqués de Sade lo definió con maestría: lo hacen porque pueden, es una ley. En las 120 Jornadas de Sodoma y Gomorra los tres poderes se embriagan con esa orgia de violencia y perversión: el clero, el ejército y los nobles, representados por sus personajes. Envían a sus sirvientes a secuestrar o comprar niños, adolescentes y mujeres para llevarlos al castillo. Los más débiles, así lo de muestran con torturas y depravación, la constante es que no hay arrepentimiento, ellos lo merecen, el poder es para eso, para ejercerlo y exhibirlo.
La diferencia entre Sade y las películas o series de televisión contemporáneas es que el asesino tiene algún trauma que lo arroja a su glotonería de sangre y hartar su retorcido apetito, es la cobardía de nuestra sociedad, le otorgan una “motivación”, es un perdón subliminal. Carecen de la honestidad de Sade, el gran patólogo de esa naturaleza infecta, que los analiza con certeza y podemos entender que no hay asesinos seriales de hombres, porque esa violencia es cobardía, por eso las víctimas son vulnerables.
Existe una romantización del asesino de mujeres y eso alienta las patologías de los depravados de la vida real. Son tantas las historias en cine y televisión, sobre asesinos de mujeres que resulta inconcebible que sea una diversión presenciarlas. Es una tragedia social, y es más terrible en países como el nuestro donde los diferentes gobiernos han carecido de respeto por la vida de las mujeres. El cine de “terror” en gran medida son historias de asesinatos, cataratas de sangre, eso nos ha desensibilizado e incluso se suman como parte de nuestra cultura popular. En las fiestas de Halloween la gente se disfraza de asesino y lo creen divertido. Entonces llegamos al horror real de que un individuo actuó en la impunidad décadas, en la vecindad en donde habitaba, escuchaban gritos de mujer pero “no intervenían porque no creían que fuera algo grave”.
Nos hemos acostumbrado a la violencia, y a la comercialización masiva del asesinato, a ver películas de hombres que matan mujeres. El rechazo a la censura y la autocensura es lo más inmediato para que estas historias continúen en los cines y la televisión, lo que aquí debe entrar es el criterio del público, su capacidad de decidir qué ver y meterse en la memoria. Si estas películas son un éxito es gracias a la audiencia, y si son un fracaso también. Las han visto miles de personas y no se han convertido en asesinos, es verdad, pero si disfrutan con el espectáculo. Como mujer lo afirmo: no necesito más historias de asesinos, aunque los atrape un detective etcétera, estoy harta de ver mujeres muertas en la ficción y en la realidad, eso es un atentado en contra de nosotras.
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