“Sólo a través del arte podemos escapar de nosotros mismos, y saber cómo otra persona mira un universo que no es el mismo que el de nosotros.” Marcel Proust.
El paisaje se revela en el instante en que es recordado. La serie de paisajes de James Abbott Whistler que llamó Nocturnos, llegan a tal reducción de lo visible que evolucionaron a ser composiciones de color casi abstractas. Estos paisajes los pintaba de memoria, y se inspiraba en obras de artistas japoneses del periodo Edo. En el Nocturno Azul y Oro, el puente Battersea el puente que se presenta en primer plano, con un tamaño fuera de proporción, en una audacia estética, está inspirado en los grabados de Hiroshige. Lo que hace a este paisaje una obra irreal son las brumas con las que vela la estructura del puente, la combinación de azules eléctricos que difumina los objetos haciéndolos casi desaparecer.
En Whistler no hay intención de que nos dejemos llevar por figuras o aspectos minúsculos del paisaje, desea que nos abstraigamos con una atmósfera, que nos dejemos llevar por las tonalidades, la composición, la temperatura de la obra, con la emoción del color. Esa paz melancólica que despierta, el silencio del azul. En otra pieza rompe de nuevo los límites que ya había violado, en el Nocturno Azul y Plata, la niebla que cubre el puerto es la bruma de la memoria, es esa lejanía de lo que ya no está presente, que existe en el sitio donde depositamos su imagen para verla cuando la necesitamos, en el fondo de nuestros recuerdos. El lienzo está dividido en dos, la lejana orilla de la tierra se refleja en el mar, sus colores fríos, no vemos una construcción o montañas con claridad, vemos la presencia del concepto de la distancia, en el tiempo y en el espacio, vemos la idea de la nostalgia, del lugar lejano, no hay una referencia que nos diga dónde está ese sitio, entonces entendemos que está dentro de la mirada de Whistler, en su memoria. Whistler evolucionó el paisaje para decirnos que este no es un lugar, es una idea, es una metáfora de la distancia, el paisaje puede ser un estado mental, un momento emocional, no un sitio geográfico. Su visión nos debe decir de estas sensaciones, no de un lugar que podamos localizar en el mapa.
Whistler, que amaba la controversia y que con estas pinturas se vio envuelto en una feroz pelea con el crítico de arte Ruskin, también se distancio del movimiento impresionista. Peleaba una individualidad que ya se había ganado con su obra, defendía esa independencia del artista de crear al margen de movimientos y de experimentar con su técnica y su estilo. Esta serie acabó con la concepción clásica del paisaje, y abrió la puerta del abstraccionismo, como lo hizo también la obra de Turner. Proust, que admiró a Whistler como un auténtico fanático de su obra, en su novela en Busca del Tiempo Perdido investigó el misterio entre memoria, percepción y arte, el personaje Marcel le dice al pintor Elistir (inspirado en Monet, Whistler y otros pintores) “La pintura me hace amar y comprender a las cosas más que ellas mismas, un paisaje, la silueta de una mujer en la playa, perpetuá su belleza para mí y revelan su belleza para mí”.
Por Avelina Lésper
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