Cultura

Tradicionalmente errados

Hay de tradiciones a tradiciones. Tiene la sociedad aún fresca en la piel la que consiste en que aquel que gobierna, planea, decide, hace y gasta según su voluntad; la que tradicionalmente es motivada por su gusto personal y por sus nociones particulares respecto al orden, lo funcional y lo moderno; no es impropio que el poderoso siga modelos que crea en su mente a partir de sus viajes o porque no ha salido jamás de su municipio, da lo mismo, lo tradicional es que gobernar incluye que las cosas, y las personas y las instituciones y las leyes, cómo no, se mimeticen de la ética que él o ella suelen poner en práctica; lo mismo pasa con la estética, tan variada como los sexenios y los trienios que hemos padecido, aunque los efectos de esas éticas y de esas estéticas son irrevocables: mejor un estacionamiento de concreto que un palacio virreinal, mejor un trozo de avenida que la huerta de un convento del siglo XVII. El mecanismo para que estos portentos del poder tradicional sucedan, es simple: ¿quiere derruir fincas históricas? Cómo no, señor gobernador, lo que usted mande; quiere ampliar esa calle, cueste lo que cueste, o instalar el aeropuerto en el lugar menos indicado, despreocúpese, sus deseos son normas ineluctables, hasta que usted deje de ser quien es, lo que, faltaba más, también está de antemano indicado por la tradición.

Tenemos otras tradiciones, modestas; las que comenzaron con alguien que hizo algo que luego otros imitaron y que unos más vieron con buenos ojos; andando el tiempo, digamos una o dos generaciones después, los siguientes miran ese algo original como parte de su vida o al menos como referencia para saber en dónde están y entre quienes hacen su vida. Por ejemplo, los tianguis y los vendedores de fruta con sal, chile y limón; o las taquerías y cenadurías nocturnas, las banderitas de México que recorren tricolormente las calles cada septiembre y los puestos de elotes, guasanas o de tamales. Tradiciones, aunque no dejen de mutar o de plano desaparezcan; por el impulso de los cambios que experimenta la misma sociedad o fustigadas por la otra tradición, a la que se ciñen los gobernantes que del “porque lo digo yo” hacen su razón más alta, para, digamos, determinar que una zona se vuelva ámbito exclusivo de vidas, de gente, de edificaciones y actividades diferentes a las que sucedían habitualmente: vidas digitales, gente similar a la que puebla el Silicon Valley en la California más norteña, edificios de los que en las revistas lucen bien, aunque en la realidad sean grises y extraños a todo, y actividades como las que las personas de ficción hacen en las películas de Hollywood. Expresado con trascabos, exclusiones y prohibiciones fulminantes, el mensaje cala: quienes no encajen en el nuevo diseño, en el destino que impusimos, absténganse o los abstenemos.

Las buenas tradiciones tienen ventajas, una de ellas es la de destacarse como recinto imaginario, colectivo y seguro, en tiempos aciagos para el grupo social; cuando se experimentan cambios abruptos, como los que provoca la inseguridad pública; cuando la incertidumbre es constante, económica y política (los partidos son inútiles, la democracia también, todos los gobernantes son sospechosos); o cuando el individualismo muestra sus fauces, las tradiciones salen al rescate y nos susurran: aquí está el lugar al que perteneces, quienes te rodean de repente piensan, sienten, creen como tú; el pasado es ancho y es tuyo y de tus padres y de tus abuelos, y está nítidamente representado por las tradiciones que son ritos, colores, sabores, sonidos, texturas, olores y sabores, siempre puestos en y para la comunión, siempre los mismos y siempre otros: son únicos cada vez que estrenamos gozo al reencontrarlos, como el “tianguis del muerto” del parque Morelos, como le llamaron mis hijos desde que pudieron hablar, creo que ha rendido más frutos, y más tenaces, la anual ciudad creativa de cartón, azúcar y hojalata, que la digital.

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Augusto Chacón
  • Augusto Chacón
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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