Expresiones de las que podemos inferir la inmanencia de la magia ante el deseo de resolver tribulaciones cotidianas, espirituales, físicas o financieras. Solemos decir: nada perdemos con intentar lo que sea, aunque implique quebrantar leyes físicas, químicas y hacer a un lado el sentido común: Unas gotas de Portentol y despídase y no hay cáncer que resista; oración milagrosa para imposibles: “Oh, María, Virgen Soberana (…) Alcánzame lo que tanto me hace falta, lo que con todo el fervor de mi alma te pido,” repetir tres días, por la mañana y en la noche; esparza en la cama polvos de piedras del Indostán, la persona amada no se ira de su lado. Su financiera amiga, Ábrete, sésamo: dinero fácil. Se vende lámpara mágica, basta frotarla. Imagen santa para colocar sobre la puerta, la riqueza entrará y permanecerá.
El juego político que se auto presenta como el único foco disponible para indicar el rumbo de la esperanza, tiene también conjuros para estimular la fe en remedios sencillos y de acción rápida para salir de las postraciones económicas, sociales y morales: el Senado de la República legisla [rellene este espacio con aquello que desea solucionar, por ejemplo, la violencia contra las mujeres o la discriminación]; Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, solicitudes de lunes a viernes y de nueve a tres; para resolver el grave problema creamos la comisión para estudiar los estudios sobre personas desaparecidas, al fin sabremos cuántas son; sí, educación mejor y diferente, es nuestro turno para reformar la Constitución; de acuerdo, no basta cambiar las leyes para enmendar lo fallido, lo importante es quién las modifica, por eso esta vez lo haremos nosotros [repetir a lo largo del sexenio]; sacaremos al Ejército a las calles para darnos seguridad; meteremos al Ejército a los cuarteles para darnos seguridad; tratamiento psicomágico Porquelodigoyo, eficaz contra la incredulidad, madre del menguado capital social, olvídese de inútiles ardides de la democracia, como transparencia, licitaciones públicas, contraloría social y rendición de cuentas, con dosis diarias de Porquelodigoyo no necesita, por ejemplo, ser economista para que el producto bruto del país crezca tanto como usted necesite declarar que crecerá.
Ya es un lugar común decir que las leyes no mudan la realidad; peor es que no lo hacen las huérfanas de ciudadanos que se propongan cumplirlas y de autoridades que velen porque así sea. Lo que sí podemos asegurar respecto a la inflamación que México padece en el aparato Legislativo, con metástasis en el Poder Ejecutivo, es que en el futuro las leyes parchadas y las nuevas servirán para que la gente del porvenir determine los males que aquejaron a sus antecesores; leerán las normas que hoy nos damos y se les enchinará la piel: desparecidos, corrupción, educación deficiente, inequidades de género, nombramientos de jueces y magistrados para beneficiar a pocos, incontrolables y gravosos los sueldos de los servidores públicos, Guardia Nacional como quien invoca a la milicia del siglo XIX, presupuesto de ingresos y de ingresos sin lógica social, etcétera. Luego de pasearse por decretos y códigos, exclamarán: de ahí que hayan terminado como terminaron…
Solo que en este presente es cada día más complejo columbrar el destino de mediano plazo para los afanes en los que como sociedad estamos empeñados, qué verán de nuestra generación dentro de un siglo. ¿Vencimos a los corruptos y al crimen organizado? ¿Conseguimos crear grupos policiacos confiables y eficaces? ¿Las mujeres gozaron de igualdad, de seguridad? ¿La riqueza que produjimos, la distribuimos equitativamente, redujimos las brechas entre los estratos socioeconómicos? O nomás verán que acabamos metidos en un laberinto legal mientras los malhechores se apoderaban del territorio y del imaginario común. Quién sabe, por eso más vale encomendarnos a todos los santos, nunca falla, y cuando sí, por algo habrá sido, algo hicieron mal los demás.