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EU y su Constitución

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  • Arturo Zárate Ruiz

Estados Unidos no es ningún paraíso. Es muy racista y clasista, pregúntele a los migrantes. Es además un país muy agresivo, no solo por su participación en guerras en el extranjero, también por su violencia interna, como sus frecuentes tiroteos, y sus altos índices de delincuencia tanto de cuello azul como de cuello blanco. El bajo registro de estos últimos no indica su poca ocurrencia, sino más bien su tolerancia, es más, la corrupción (mire al señor Trump y al hijo de Biden). Es, entre otras cosas, un país altamente narcotizado. Tal vez la gente necesita drogarse porque se aburre mucho.

Aun así, es el país que sigue atrayendo a nuestros migrantes y a migrantes del resto del mundo. También es un país líder en atraer inversiones, en el desarrollo científico y tecnológico, y en las tendencias culturales globales.

Quizás contribuya su Constitución. Ha sido la misma desde 1787, salvo por unas pocas enmiendas que han corregido sus omisiones en derechos humanos y civiles (o excesos, prohibir el alcohol). No es una distinta cada sexenio, como ocurre en México.

Pero no basta la estabilidad de esta ley suprema para hacer de Estados Unidos un país atractivo. La clave está en que define menos el tipo de gobierno (algo que a cada rato tratamos de inventar en México) que los límites de ese gobierno. Define menos a un solucionador de tus problemas que un árbitro que cuida que se respeten algunas reglas básicas en el juego, juego en que tú participas para tú solucionar, y no el gobierno, tus problemas.

Un rasgo no exclusivo de esta constitución es la separación de poderes Judicial, Ejecutivo y Legislativo, de los que habló Montesquieu, y ya habían sido previstos al menos milenios antes por Aristóteles, al distinguir los oficios de un juez, de un legislador y de un jefe de gobierno, oficios que requieren procesos y formas de razonamiento diferentes a la hora de tomar decisiones.

Un rasgo en gran medida innovador en el siglo XVIII, en el contexto de centralización del poder por monarcas europeos (“el Estado soy yo”) fue rescatar lo local, regional, nacional y global que se dio en alguna medida en el feudalismo. Un emperador respetaba al rey, y éste al señor feudal. Y no era una relación jerárquica, sino una en que cada cual tenía su ámbito. Por decirlo de una manera, hay responsabilidades que corresponden a un alcalde, no porque sea un subordinado de un presidente. Son de aquel porque le corresponde lidiar con lo local, no con lo nacional, y no es asunto del presidente meterse en ello.

Esta división de ámbitos y de Poderes en el Gobierno fue una preocupación muy importante de los constitucionalistas de Estados Unidos. La concentración de poder era una amenaza para las libertades de los ciudadanos. Por ello el diseño de pesos y contrapesos.

Lo que distinguiría el federalismo estadunidense del feudalismo es el gobierno representativo, alguna vez circunscrito, como en Roma antigua, a los magnates y terratenientes; similar al proceder de las órdenes religiosas en el Medievo (cada monasterio mandaba un representante para tomar decisiones en los capítulos generales).

De Inglaterra los Estados Unidos tomarían la división entre lores y comunes en el Parlamento, pero no para distinguir una aristocracia de los plebeyos, o a los “sabios” de los impetuosos, sino sobre todo para que los estados pequeños o poco poblados, digamos North Dakota, no se sometieran a los caprichos de los muy poblados, digamos California. Tanto uno como el otro tendrían el mismo número de representantes en el Senado. Ésta ha sido una manera constitucional en que nuestros vecinos han protegido los derechos de las minorías y la diversidad cultural.

Pero todo esto es menos un diseño de gobierno que de sus límites. Su poder se queda en proteger la vida, la libertad y la propiedad de los estadunidenses, no en encargarse de la vida, de la libertad o de la propiedad de cada uno, inclusive de la sexualidad plena como pretendió ofrecerla, muy “generosa”, la Ciudad de México en su Constitución. En Estados Unidos se te dirá, ve y trabaja por ella, pero no esperes que el gobierno te la consiga. Pagas hasta para que te recoja, tras un accidente, la ambulancia. Quizá a algunos no les guste (a veces no a mí). Pero atrae a muchos que migran e invierten allende el Bravo. La alternativa suya es esperar en su lugar de origen a que un gobierno que se ha arrogado resolver todos los problemas lo haga.


Por Arturo Zárate Ruiz
El Colegio de la Frontera Norte-Unidad Matamoros
*Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien escribe. No representa un posicionamiento de El Colegio de la Frontera Norte


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