Algunos, desde su machismo, dijeron que la primera mujer presidenta de México no tendría la fuerza para gobernar este país. Que no tendría libertad, determinación, ni sello propio. Que su mandato estaría marcado por la sumisión, la debilidad y el estancamiento. Que lejos de enfrentar los retos que supone encabezar un país, se doblegaría. Que lejos de mandar, obedecería.
El domingo pasado la Presidenta mostró —una vez más— que estaban muy equivocados. Ante un Zócalo repleto, la mandataria informó al pueblo de México sobre el acuerdo alcanzado con el presidente Trump mediante el diálogo y la cooperación, a fin de que nuestro país no tenga que pagar aranceles del 25 por ciento por aquellos bienes incluidos en el Tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
Contrario a lo que afirman los opositores, este no es un logro menor. El acuerdo dio certeza a los mercados y evitó un daño incalculable al desarrollo económico de ambas naciones: caída en las exportaciones, pérdida de empleos, reducción de inversión extranjera, disrupción de las cadenas de suministro, entre otros. Además, previno el deterioro de una relación bilateral que tiene décadas de historia compartida, y que es fundamental para la seguridad y prosperidad de ambos países.
Lo anterior fue posible gracias a una estrategia que en tan solo cinco meses redujo drásticamente el cruce de fentanilo hacia Estados Unidos, y que forma parte de un esfuerzo más amplio para consolidar la paz y la seguridad en nuestro país con atención a las causas, el fortalecimiento de la Guardia Nacional, inteligencia e investigación, y la coordinación eficaz con todas las autoridades federales y entidades federativas para abatir la impunidad.
De esta manera, la Presidenta Sheinbaum se convirtió en la única mandataria del mundo que ha logrado alcanzar un acuerdo comercial con el presidente Trump durante su segundo mandato, en beneficio de nuestra economía. Lo hizo con pleno respeto a la soberanía nacional, y convencida de que la cooperación con nuestro mayor socio comercial es clave para el crecimiento de nuestra economía.
Sin embargo, como también expresó la Presidenta, el desarrollo económico no se agota en la relación bilateral. México es un país independiente que cuenta con todo lo necesario para convertirse en una potencia. Por ello, la mandataria reiteró que su gobierno seguirá impulsando la economía mexicana para garantizar que el crecimiento se traduzca en bienestar.
Ello incluye el fortalecimiento del mercado interno mediante el aumento progresivo del salario mínimo; la autosuficiencia en alimentos básicos y combustibles; la promoción de la inversión pública para impulsar la creación de empleos —tales como el desarrollo de proyectos ferroviarios, carreteras, obras de agua de beneficio social y vivienda—; el fomento a la producción nacional para el mercado interno con el Plan México; y el fortalecimiento de los programas sociales de bienestar.
El informe del 9 de marzo fue un duro golpe de realidad para la oposición. Especialmente para quienes dudaron de la capacidad de la primera mujer Presidenta para gobernar. Para quienes cuestionaron su capacidad para hacer frente a los retos de la política exterior. Para quienes la descalificaron por el simple hecho de ser mujer. Hoy, los resultados en materia de comercio internacional, seguridad, migración, economía y bienestar cuentan otra historia.
Que no quepa duda: tenemos una Presidenta con la fuerza para gobernar este país y representarlo con inteligencia y dignidad en todo el mundo. Que dialoga y construye acuerdos en igualdad de circunstancias y con respeto a nuestra soberanía. Que cuenta con el respaldo y la confianza de la gente porque defiende con eficacia y lealtad sus intereses.
Tenemos, en definitiva, mucha Presidenta.
