Corría 1923. John Maynard Keynes publica uno de los libros más influyentes de la historia de la economía: “Un breve tratado sobre la política monetaria”. Ahí, Keynes escribió también una de las frases más célebres en contra de las políticas de estabilidad neoliberales: “...en el largo plazo, todos estaremos muertos.”
Sin entrar en detalles, la crítica de Keynes era que cuando una economía está en recesión, los gobiernos deben incentivar la demanda a través de liberar el gasto y no, como lo hacían entonces, mantenerlo o restringirlo en aras de la disciplina macroeconómica. La consecuencia puede ser un aumento de precios, pero de acuerdo con Keynes, es el precio mínimo que hay que pagar para evitar la alternativa que es una depresión. Dicho de otro modo, las crisis de falta de demanda, que a su vez generan caída de la producción, requieren intervención pública de corto plazo, así se recupere la disciplina monetaria y presupuestaria después, porque si no se interviene una condición adversa de forma proactiva e inmediata, en el largo plazo generamos estancamiento económico grave.
La seguridad ciudadana enfrenta un dilema similar: intervención o prevención. Quienes favorecen los balazos entienden que toda crisis requiere de acción. Quienes privilegian los abrazos creen en la prevención. Los primeros saben que el precio a pagar es una potencial ola de violencia, pero consideran que es pagable, a cambio de tranquilidad a mediano plazo. Los segundos quieren evitar esa violencia, pues argumentan que el precio es muy alto y no están dispuestos a pagarlo. La pregunta permanece entonces: ¿abrazos o balazos?
La prevención es necesaria porque una parte importante de la conducta humana responde a las motivaciones personales. Alguien con una conciencia bien formada decidirá lo correcto sin importar el entorno. A estos se les educa con abrazos. El problema es que hay individuos que carecen absolutamente de esa conciencia y, por lo tanto, la única forma de modificar su conducta es a través de la disuasión. Es decir, generando condiciones en las que sus acciones tengan consecuencias tan negativas que ellos prefieran no realizarlas. Estos sólo entienden a balazos. Y vuelvo entonces a formular la pregunta: ¿abrazos o balazos?
La respuesta parece ser “balazos y abrazos”, porque los balazos son caros, pero son la única solución para modificar la conducta de personas que no quieren abrazos, sino plata e impunidad. Al tiempo, los abrazos son deseables para quienes aún pueden ser educados; estos no merecen balazos, sino oportunidades. Los balazos son problemáticos, pero atienden el corto plazo. Los abrazos suenan bien, pero sólo funcionan a largo plazo. Y como dijera Keynes, en el largo plazo y a este paso, todos estaremos muertos. Es la disertación policial de tu Sala de Consejo semanal.
@arnulfovaldivia