Nada en el asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio ocurrió al azar. En un meticuloso diseño digno de las grandes tragedias políticas, su muerte parecía ser un cruel pero inevitable desenlace. Como en todo magnicidio, cada detalle estuvo calculado al milímetro: un evento público que culminó inusualmente temprano, una camioneta blindada que por alguna razón tardó más de lo previsto, y la única puntualidad perturbadoramente precisa fue la del asesino.
La naturaleza de un magnicidio siempre se encuentra envuelta en las sombras de la incertidumbre. Quienes realmente conciben y ordenan estos actos suelen ser maestros del ocultamiento. Si bien podemos conjeturar sobre los autores intelectuales, lo cierto es que, como en tantos otros casos, probablemente nunca sabremos la verdad.
Sin embargo, hay aspectos innegables que no podemos ignorar. Fernando Villavicencio reunía las condiciones más peligrosas para un candidato: primero, tenía una posibilidad real de ganar y, segundo, había perdido el respaldo de todos los grupos de poder. Todos le veían como una amenaza y, al mismo tiempo, ya no era útil para nadie.
Hace poco, Villavicencio era un candidato de cuarto lugar, que no representaba un peligro aparente para el statu quo. Pero todo cambió cuando, en un vuelco sorprendente, escaló al segundo lugar justo una semana antes de su trágico final y dos antes de las elecciones. En un sistema político donde existe la segunda vuelta electoral, eso lo convertía en un potencial problema para muchos, quizá para demasiados.
La pregunta es, ¿cómo llegó a tener tantos enemigos? Primero, Villavicencio pasó del cuarto al segundo lugar en las preferencias, cuando empezó a denunciar la corrupción del gobierno actual, algo profundamente incómodo para el presidente en funciones. Periodista, sus investigaciones destaparon los escándalos de corrupción que en su momento hundieron al poderoso ex presidente de izquierda Rafael Correa. Él jamás hubiera permitido una victoria de Villavicencio. Además, el acercamiento del candidato con Estados Unidos para combatir el narcotráfico en Ecuador le convirtió en un elemento extremadamente incómodo para los criminales que hoy controlan ese país, así como para sus socios criminales en México y otras latitudes. A los ojos de todos ellos, Villavicencio se tenía que ir.
Aunque siempre he sido escéptico ante las teorías de la conspiración, en este caso es imposible no ver señales de una. No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas.
Fernando Villavicencio intentó enfrentar a poderosos enemigos y perdió. En paz descanse un hombre que no pudo ganarle a los poderes fácticos que obviamente seguirán mandando en Ecuador y creo sin duda que en nuestros países también. Y hasta aquí el recuento policial de tu Sala de Consejo semanal.