El altar es literalmente celestial. El Ojo de la Providencia y los interminables rayos de luz que lo enmarcan, esculpidos todos en níveo mármol de Carrara, son una inenarrable obra maestra del barroco europeo. Es la iglesia de San Carlos Borromeo, ubicada en la que, de acuerdo con la reconocida revista The Economist, es la mejor ciudad para vivir en el mundo: Viena, Austria. Pero esa hermosa esperanza, plasmada en arte, parece intrascendente cuando se recuerda que casi el 25% de la población austriaca se declara con depresión crónica. Un punto menos para el índice de ciudades.
A más de 550 metros de altura, el Lago Ontario luce imponente, rodeado por increíbles rascacielos que albergan a las poderosas empresas que hacen de esta ciudad la octava mejor para vivir en el mundo, de acuerdo con el índice de The Economist. Es el paisaje desde la Torre CN, orgullo de Toronto, Canadá. Pero quienes ahí viven recuerdan que en promedio ganan un salario de 3600 dólares al mes, en un lugar en el que la renta mensual promedio es de 2200; es decir, 66% de su sueldo, en el mejor de los casos. Otro punto menos para el índice de ciudades.
Así podríamos seguir analizando un índice plagado de contradicciones y, por lo tanto, de apreciaciones erradas y calificaciones engañosas. Pero el problema no es de este índice en particular, sino de cualquier índice, pues en la mayoría de los casos son mediciones arbitrarias de fenómenos poco medibles. Dicho de otro modo, quien construye un índice casi siempre trata de asignar calificaciones objetivas a fenómenos subjetivos, con la consecuente pérdida de precisión. Se intenta estandarizar aspectos que son relativos y eso genera distorsiones y falsas percepciones.
El otro problema es la tendencia de ver a los índices como hechos reales, cuando a todas luces son aproximaciones que, además de relativas son manipulables, lo cual quizá las hace metodológicamente correctas pero objetivamente falsas. Que algo esté correctamente calculado no significa que sea en esencia calculable, como es la felicidad o la satisfacción. Cada quien las mide a su manera, desde sus muy personales motivaciones.
Por eso, la única verdad sostenible cuando de índices se trata es que debes cuestionarlos. Yo he vivido en cuatro de las 10 ciudades que el índice de habitabilidad de The Economist indica como las mejores para vivir y conozco todas las demás. En todas encuentro razones para no vivir.
Hoy vivo en Toluca, Bogotá y Los Ángeles. Tres ciudades que por distintos motivos serían un infierno para un austríaco, un canadiense o un suizo, pero en ellas soy feliz y también hay canadienses y suizos felices. Millones de puntos menos para el índice de ciudades. Un índice, por tanto, es indicativo, pero no definitivo, porque lo subjetivo siempre es relativo. Es la reflexión social de tu Sala de Consejo semanal.
Arnulfo Valdivia Machuca@arnulfovaldivia