Después de una niñez y parte de su juventud miserables, obligado a estudiar y a dejar la escuela en repetidas ocasiones debido a las mudanzas constantes de sus padres a causa de tener que buscar la manera de sobrevivir, Evo Morales logró hacerse de la Presidencia de Bolivia, como el primer indígena en un país en donde más de 50 por ciento tiene esa condición.
Algunos analistas le han dado trato de gigante y de uno de los líderes más importantes del mundo, mientras otros aseguran que como innumerables mandatarios, se enamoró del poder y trató de conservarlo con el recurso más socorrido: el fraude y las faltas a la Constitución.
El antiguo líder de cocaleros de Cochabamba, a cuyo gremio defendió con pasión de las intenciones de los norteamericanos de acabar con la siembra de coca, admitió una reforma constitucional que permite que un presidente busque sólo una vez la reelección.
Luego de ciertos acomodos con el tiempo de gobernar, de no existencia de la norma prohibitiva, de que no contaba por estar sujeto a otro régimen, de haber llegado a la Presidencia con más de 50 por ciento de los votos; de perder en el referéndum de revocación, logró ser postulado de nueva cuenta para una cuarta reelección.
Preguntó al pueblo, si recibiría su apoyo para un cuarto mandato, pero perdió la consulta por estrecho margen. Con todo y eso, sus partidarios hicieron lo indecible para anular el resultado, con el propósito de facilitar la reelección de su presidente y con el argumento de que se atentaba contra sus derechos políticos.
El resultado de la primera vuelta ya se conoce. Evo Morales se declaró triunfador en comicios que ofrecieron demasiadas dudas y que fueron declaradas fraudulentas. Lo anterior dio origen a una agitación que enfrentaba a simpatizantes y a enemigos. Las fuerzas militares adoptaron como medida no enfrentarse a los manifestantes, copiada por policías, con la finalidad de evitar problemas mayores.
Todo lo anterior desembocó en el acuerdo, tomado por los anteriores, para pedir su renuncia. Alguien preguntaba: ¿servirá como ejemplo para otros países? Obviamente que no.
Las mieles del poder son atractivas y no empalagan. La ley se arregla para continuar indefinidamente, aun cuando sabemos que no hay mal que dure cien años. Los casos así suelen percibirse cuando se aglutina todo el poder y los preceptos constitucionales son cambiados. Verbigracia: Jaime Bonilla.