Hace cuarenta años, en 1979, un grupo de jóvenes estudiantes de la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara lanzaban un Manifiesto el cual hacía ver su presencia como Agrupación Sonido XX; sin duda que algo había en alusión al Sonido 13 que Julián Carrillo nos había heredado como sinónimo de ruptura armónica. De esta manera hacían público por primera vez tal documento ante los micrófonos de la radio cultural del estado de Jalisco, la XEJB, frecuencia emblemática por aquellos tiempos. No bastaba manifestarse en contra de ciertos esquemas que pudieran resultar de la inconformidad por una educación musical carente de nuevas ideas como de contenidos pedagógicos vigentes, o criterios de programación artística con los consabidos títulos que cada temporada se nos ofrecen en los conciertos. Había que reflexionar en una realidad más honda si las pretensiones que se persiguen desean obtener resultados más allá de lo ordinario.
Es en esta línea de mi relato donde queda bien señalar, o para decirlo en términos del lenguaje sonoro, crear una modulación armónica con respecto a otros grupos culturales, que no específicamente de carácter musical, que coinciden en la década de los ochenta en todo este devenir artístico. Porque también hay que reconocerlo: los sociólogos dicen que para entender un fenómeno social o cultural se hace necesario contextualizarlo. Pues bien, paso entonces a unir las piezas en tiempo y espacio que formaron parte de este movimiento y comprender de alguna manera lo que pueda representar cuanto nos tocó llevar a cabo en nuestro momento. De lo que sí estoy seguro es que se confirma aquello de que nuestra generación ha sido la última en pertenecer a grupos activistas de la cultura en sus diversas disciplinas estéticas. Así por ejemplo, en 1977 fuimos testigos del surgimiento de los jóvenes poetas tapatíos comandados por Ricardo Castillo y Raúl Bañuelos, bajo la insignia de El pobrecito señor X. Pienso también en aquel grupo de pintores autonombrados “Los vitalistas”, irrumpiendo tiempo atrás con planteamientos iconográficos innovadores en salas del Centro de Arte Moderno y del propio Ex convento del Carmen. A posteriori, propuestas inéditas se dieron al través de la asociación “Cine y Crítica”, iniciadores de la Muestra de Cine Mexicano, siendo la primera edición en 1986 con sede en el Museo Regional, y donde Guillermo del Toro, a sus 22 años, se estrenaba como cineasta con su cortometraje “Doña Lupe”. Cierto estoy en que cada uno de estos grupos iban encausando el panorama de una cultura hacia otros derroteros, hacia una perspectiva que venía a inaugurar nuevos signos. Así entonces, estos grupos coexisten en un medio cultural donde revientan los embriones disecados (aludiendo a Satie) para reinterpretar la historia cultural reciente de Guadalajara.