Política

El Lobo de Dios

  • Vertebral
  • El Lobo de Dios
  • Ángel Carrillo Romero

El tema es espinoso, profundamente delicado, dejó una herida que aún duele, punza y supura en la conciencia colectiva. 

Se trata de uno de los más pesados yugos de la historia moderna de la iglesia católica: Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo.

Primero lo hizo Luis Urquiza en Obediencia perfecta, aquella película que retrató la vida de un hombre siniestro que agredió sexualmente a decenas de jóvenes seminaristas que ingenuos y esperanzados, confiaron en su liderazgo y en el supuesto legado de fe que portaba. 

Ahora, HBO Max presenta El lobo de Dios, un documental que no solo revive el caso, sino que expone con crudeza cómo la Iglesia y el Estado abandonaron a su suerte a quienes —en teoría— debían proteger, para salvaguardar la impunidad de un hombre que durante décadas amasó poder mediante sobornos, engaños y el ejercicio perverso de sus influencias. 

Los hoy hombres —ya en edad madura— debieron someterse al juicio de una sociedad profundamente católica tras agotar, sin éxito, las vías para obtener justicia en el seno de la propia Iglesia.

El caso de Maciel, su estrecha cercanía con el Vaticano y el impío silencio de la “madre Iglesia” siguen causando estragos sociales. Tal vez esta columna resulte insultante para algunos y reconfortante para otros, pero no deja de ser un capítulo del oscurantismo religioso. 

La verdad es incómoda: durante años fue mejor idea encubrir al victimario antes que escuchar al inocente, en un ejercicio de ceguera institucional que recuerda más a las monarquías absolutistas que a una institución que se proclama vicaria de la misericordia.

No fue sino hasta que Jorge Mario Bergoglio, el hoy difunto papa Francisco, dio un giro en "Amén: Francisco responde", cuando el máximo jerarca del catolicismo habló de frente sobre los horrores cometidos bajo el amparo de la palabra sagrada, horrores que hoy generan oprobio social y exigen memoria histórica.

Francisco reconoció que se trata de hombres falibles que excedieron sus facultades y erraron; también recordó una verdad elemental: no todos son malos ni todos buenos, como en cualquier grupo humano. 

Sin embargo, el reconocimiento llegó tarde, los documentales contundentes y certeramente una sociedad con opiniones contrapuestas, polarizadas, ávidas de justicia y de exoneración.

La serie El Lobo de Dios no solo abre una herida que nunca cicatrizó, sino que vuelve a recordarnos que la impunidad institucional no prescribe, que la dignidad humana no admite negociaciones, y que la memoria de las víctimas es, en sí misma, un juicio eterno contra quienes juraron predicar la verdad y eligieron callar.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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