Conocí la Tierra Caliente hace más de 30 años y desde entonces me enamoré de esta bella región, otrora de las más productivas de nuestro querido estado.
El general Lázaro Cárdenas amaba profundamente nuestra Tierra Caliente y la integró a su proyecto de desarrollo desde la Comisión del Balsas.
Al visitarla, se hospedaba en la casona de doña María Palacios, madre de mi amigo Ángel Perez Palacios, quien ha tenido diversas responsabilidades en el sector público.
Cómo olvidar aquel pasaje cuando construyeron el puente que comunica a Ciudad Altamirano con Coyuca de Catalán.
En alguna de sus visitas, el general Cárdenas anunció la construcción de este puente, a lo que un niño incrédulo le expresó: --¿Y sí va cumplir mi general?, porque muchos ya nos lo han prometido.
La reacción del general fue inmediata, por lo que llamó al niño para decirle: --Tienes toda la razón en dudar… Y se quitó el reloj que portaba para dejárselo como prenda de su compromiso.
--Si no se construye el puente, te quedas con mi reloj… Le dijo.
Al paso de algunos años la obra se concluyó y el entonces adolescente se acercó al general para decirle: --Le traigo su reloj mi general, usted ya cumplió con su palabra…. Entonces don Lázaro Cárdenas le acarició el cabello y generosamente le dijo: --Quédate con él, te lo regalo por la preocupación que mostraste por tu pueblo.
Siempre que tengo oportunidad releo el bello poema de mi entrañable amigo Manuel S. Leyva Martínez, "Camino a Tierra Caliente", en donde describe magistralmente las bellezas y costumbres de esta histórica región. Cuando yo visitaba algún municipio de esta zona siendo gobernador, me gustaba rematar mis discursos con estos dos pequeños párrafos: ¡Tierra Caliente, tierra del son! / te arrulla el amor del Balsas y te canta el corazón! / Y así te doy mi cariño y aquí tienes mi razón: / si no traigo pinto el cuerpo, pinto traigo el corazón.
Aún vive en mi recuerdo el uso de las pangas (balsas enormes que podían cargar hasta 2 camiones o más) para pasar de un municipio a otro sobre el bravo y bello Río Balsas. Incluso hoy día se siguen utilizando para pasar de un estado a otro, como el caso de Zirándaro, Guerrero, para pasar a Huétamo, Michoacán.
A petición de un grupo de calentanos encabezados por el entonces presidente municipal de Tlapehuala, Aurelio Santamaría Bahena, estando al frente de la Comisión de Comunicaciones y Transportes en la Cámara de Diputados, logramos hacer realidad un viejo sueño con la construcción de un enorme puente que cruza el Río Balsas para comunicar a esta población, que se distingue por su producción de sombreros, huaraches y el sabroso pan de baqueta, con el municipio de San Miguel Totolapan.
Visitar Tierra Caliente era un deleite para disfrutar de un rico aporreado de carne seca, frijoles puercos y unas tortillas moradas.
O qué decir de los tacos arrieros elaborados por nuestro amigo “Lacho” García, a base de mole de pollo deshebrado y un pedazo de huevo duro. Imagínese usted que un alto mando del Ejército, mandaba por ellos para disfrutarlos en la ciudad de México.
Cómo olvidar el mole verde o rojo con tamales nejos que llevaban a vender las mujeres de la comunidad de "El Coco", o disfrutar las toqueres (gorditas de elote tierno que se acompañan con crema, queso fresco y salsa asada de molcajete) y los famosos "uchepos", (tamales de elote de maíz tierno acompañados de crema, queso y una buena salsa verde).
O disfrutar de un buen Zihuaquio a orillas del Balsas, en mi opinión el mejor mezcal del mundo.
O las "guanachas", donde en camionetas cargadas de frutas, pan y otros regalos, los padrinos del jaripeo repartían a los asistentes.
Siempre llamó mi atención desde que conocí por primera vez esta hermosa zona, cómo se cruzaban por la caŕreteras una variante endémica de las ardillas, a las que llaman "cuiniques", después alguien me platicó que algunos calentanos las consumian.
En mi segunda vez como gobernador trabajaba en la cocina de Casa Guerrero una mujer calentana que guisaba delicioso y en uno de esos días me acercó un platillo que despertó de inmediato mi apetito, luego de disfrutarlo, Rosa se acercó para decirme: --Qué le parecieron los "cuiniques" jefe.. --¿Cómo?, (le dije)… --Pues es que usted día me preguntó si en mi tierra los comían, y pues mandé a traer unos para que los probara… Y pues ya me los había comido.