Hace siete años, quien esto escribe y un equipo de Multimedios tuvimos la oportunidad de conocer a Julián González Báez, hombre sencillo y de buen corazón que nos hizo el favor de abrirnos las puertas de su casa.
Tal vez su nombre no suene conocido para las nuevas generaciones, pero uno se atreve a pensar en este hombre como un héroe, al menos un guerrero: un sobreviviente al brutal linchamiento en San Miguel Canoa.
En aquel entonces se acercaba el 50 aniversario de estos hechos deplorables, por los cuales no se hizo ni se ha hecho justicia a víctimas ni victimarios, lo que don Julián no deja de lamentar.
Todo ocurrió un 14 de septiembre de 1968, cuando el entonces trabajador de la Universidad Autónoma de Puebla fue atacado por pobladores de la comunidad, quienes lo confundieron a él y cuatro compañeros con estudiantes comunistas. El grupo solo se dirigía a escalar La Malinche.
La historia es escalofriante, con voz pausada don Julián vuelve hacia atrás en el tiempo y narra cómo, tras recibir el machetazo que le mutiló la mano izquierda y recuperar el conocimiento, escuchó una voz ordenar que lo remataran. Sin embargo, otra voz intervino y convenció a la turba de detenerse.
Estaba tirado en el piso y con los ojos cerrados, pero no olvida la enérgica intervención de un granadero que, amenazando con disparar, permitió que los heridos fueran rescatados y subidos a las ambulancias, a pesar de la oposición de la muchedumbre.
Ninguno de sus agresores enfrentó una condena justa, considera el hombre que no dejó de amar a las montañas y los campamentos.
Todos los que participaron en el linchamiento fueron identificados por Tomasa Arce, esposa de Lucas García, vecinos de la localidad que les dieron posada a las víctimas ante la negativa del cura Enrique Meza, quien pese al torrencial aguacero que impedía a los exploradores continuar su marcha, les negó el asilo y propagó el rumor de que eran comunistas.
Los señalados, que convocaron al pueblo con campanas y un altoparlante, solo estuvieron unos años en prisión. El cura solo fue trasladado de parroquia.
Pese a todo, Julián González Báez decidió perdonarlos, dice que nunca fue comunista, aunque comulgaba con los ideales de aquel movimiento estudiantil del turbulento 1968 y, pese a la realidad que vivimos, aún confía en que el diálogo sea un instrumento para mantener la paz social.