Una bandera blanca ondeando. Así, de la nada. Tal y como suelen presentarse las banderas blancas cuando se levantan para detener la batalla. Silencio. Ni un solo golpe, o tal vez, si acaso, el que produce al ondear, la bandera sobre ella misma. Conmueve que un lienzo blanco tan humilde sea capaz de lograr una hazaña de tal magnitud. Paz. Difícil imaginar que quede alguien capaz de izarla habiendo tanto muerto y enfermo regado por las casas, hospitales y ambulancias. ¿Cuántos muertos llevamos, señor subsecretario? O mejor díganos ¿cuántos sanos nos quedan que piensen que vale la pena tener un momento de paz?
Paz, eso fue lo que se sintió la semana pasada. Quietud. Como si a alguien se le hubiera ocurrido que, si no podíamos morir en paz, por lo menos merecíamos vivir un momento sin tanta enemistad.
El nuevo presidente Biden llenaba con serenidad las pantallas. Suave al caminar, al tomar la pluma, al firmar, al sonreír, al ponerse el cubrebocas. Tan suave que hacía parecer fácil el que cualquier mandatario se lo pusiera: jalar con sutileza un par de resortitos para soltar uno detrás de cada oreja, nada más. Tan apacible resultaba su llegada a la presidencia que la prensa parecía somnolienta. Dos noticias resaltaban: el que desde la Oficina Oval se oía ladrar los perros de la familia y el que Jill, la mujer de Biden, lo despedía con un beso en los labios. ¿Alguna vez Trump besó así a Melania, se agachó para acariciar a un perro? Nada parece desentonar en esta nueva presidencia: tradicional, política, diplomática. Bueno, quizás algo sí. Las cortinas doradas de la Oficina Oval que no combinan con las corbatas y los pañuelos de Biden. ¿Aburrido? Sí, pero así es la paz. Solo se le aprecia después del combate. Y así es la política, se aquilata mejor después de la barbarie.
Mientras tanto, la secretaria de Gobernación presidía la mañanera. Estaba nerviosa, algo que a lo largo de la semana se le pasaría, pero al igual que Biden, también era suave. Respondía cautelosa y hasta se atrevió a preguntar dónde estaban los grandes medios. Una pregunta tan impensable que despertó a los periodistas mañaneros. Una conferencia de prensa respetuosa, sencilla, política y cordial. Aburrió y se quejaron.
A nuestro Presidente se le ha criticado por privilegiar la propaganda sobre la rendición de cuentas, por lo parcial y partidario; se le han contado los insultos que hace cada mañana, las imprecisiones, los intentos por desprestigiar a la prensa, a los periodistas, a los empresarios, a los medios y cuando la mañanera deja de ser así y se transforma en un ejercicio simple de información, nos quejamos. ¿Tedioso? Que les falta sabor, sal y pimienta, color. Paradoja cercana al síndrome de Estocolmo y, para mí, solamente el colmo.
¿Qué no somos nosotros a los que nos gustan las democracias grandes, no las pequeñas y menos las partidas en dos? ¿Será que nos hastía la tolerancia? ¿La democracia nos parece un somnífero?
A mí me gusta la secretaria seria y cualquiera que en política lo sea. Así como me gustó ver al Presidente caminar y hablar despacio por la galería de los presidentes. Sin pleitos y sin sofocos. Salir a que lo viéramos sonreír y a informar. No, yo sé que nada de esto es divertido, pero para divertirse hay cosas menos peligrosas en la televisión.
@olabuenaga