En el fondo nunca me ha gustado esa frase que asegura que una imagen vale más que mil palabras. Será porque escribo. Imposible negar el poder de una imagen, pero entiendo en carne propia que mil palabras son mucho más que mil. Puedo cerrar los ojos y reproducir de memoria la imagen del avión de American Airlines impactando en las entrañas de la Torre Norte del World Trade Center, pero no podría escribir los versos más tristes esta noche porque sería incapaz de descifrar la combinación exacta de palabras para desatar esa emoción. Imagen y palabra. Las dos palancas fundamentales de la comunicación. Empiezo por la imagen. Las más poderosas de este eterno y maldito 2020.
La primera es, sin duda, la de una persona con cubrebocas, cualquiera. La imagen del mundo con cubrebocas ha cambiado la faz de la Tierra y también la faz de cada uno. Mirarse uno mismo con cubrebocas es ya un desconcierto, ¿qué me dice de mirar a un ser querido? ¿y a un policía, a un manifestante, a un anciano, a un niño? Descubrirnos en este 2020 con cubrebocas ha representado la visibilización absoluta de nuestra condición humana. Una especie frágil, expuesta, en riesgo y en la infinita soledad que produce el hueco entre esa curiosa tela y nuestra propia nariz y boca. El vaho. Detrás de él se pierden las facciones y las emociones. Una imagen nueva que nos ha forzado a reconocer al otro viéndolo a medias, entender una sonrisa tan solo con los ojos. Una imagen que tranquiliza y asusta, porque evidencia que entre nosotros y el otro hay un asesino: el virus. Paradoja de la pandemia, que siendo el virus el criminal seamos nosotros los embozados. A esto es a lo que le temen los mandatarios que no usan cubrebocas: a que los miren como se mira a un bandido, a generar desconfianza, a desconectarse emocionalmente de sus electores. También les asusta parecer frágiles y miedosos, al reconocer que hay algo más poderoso que ellos mismos. Para ellos, el uso de un cubrebocas es la viva evidencia que el virus ha podido más que ellos, que no lo han vencido ni aplanado, ni controlado, ni domado. Más que al virus, a eso le temen los mandatarios que no usan cubrebocas, incluido nuestro Presidente: a perder la conexión y de paso, la próxima elección.
La segunda imagen que marcó este 2020, es la de la rodilla del policía Derek Chauvin clavada en el cuello de George Floyd. Una rótula blanca y uniformada que embona a la perfección con un cuello negro, como si hubieran nacido la una para el otro. Más de ocho minutos duró la tortura y la agonía. “No puedo respirar”, dijo 11 veces Floyd quedando la frase como legado y consigna de las manifestaciones que siguieron a su muerte. En plena pandemia y con cubrebocas, las protestas del 6 de junio por la muerte de Floyd son consideradas las más importantes en la historia de Estados Unidos con entre 15 y 26 millones de participantes, y demuestran que el conflicto racial sigue sin estar resuelto.
Una última imagen, la marea morada de las mujeres marchando por Reforma el 8 de marzo anunciando con esa caminar el florear de las jacarandas. Las mujeres mexicanas demostrando su grandeza en colectivo, peleando por la causa más sensata y justa que existe: la vida.
Curioso álbum de fotografías el de este año: dos que recuerdan la asfixia y una que inspira.
@olabuenaga