Política

Este gobierno nos está ilusionando

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Tener una ilusión es vivir en un estado de excepción. Una sensación singular, hipnótica. Marea y, de tanto que entusiasma, se desborda en miradas que van a ningún lado y sonrisas que vienen de la nada. Una especie de trance que desconecta de la realidad. Algo que no es mentira, pero que no pasa ninguna prueba de la verdad. Como las ilusiones ópticas, que nos hacen ver grande lo que siempre fue pequeño; las cognitivas, que nos hacen pensar una cosa cuando en realidad es otra; las de movimiento, que logran que imaginemos que algo se mueve cuando siempre estuvo fijo o las ilusiones en nuestros gobiernos, como tantos mexicanos las tienen en el nuestro.

Si usted es un ilusionado de nuestro gobierno, no detenga la lectura. Este texto no es en contra de él. Habla de nosotros. De nuestra noble e inocente vocación por la ilusión. Creer con el alma y con el corazón que las cosas son mejores de lo que son. Espejismos ideológicos y políticos que nuestros gobernantes entienden, estimulan y también manipulan, pero que nacen en nuestra mirada y, algún día, cuando la realidad los alcance, ahí mismo morirán.

Ilusiones sociales diría Gustave Le Bon. Base de todas las civilizaciones. Tan necesarias, que las muchedumbres las prefieren aún sobre la verdad. Inquietante afirmación que querría decir que vivimos en algo similar al trance. Más allá de los gobernantes y gobernados y aún de los caudillos y vasallos, una especie de religión con credo y fieles. ¿Será? Hagamos la prueba. Pensemos en una de las obras emblemáticas de este gobierno, digamos, el Aeropuerto de Santa Lucía. Cierre los ojos.

¿Qué ve? Las dos pistas de concreto, la torre de control. ¿Alcanza a imaginar su fachada de cristales? No, usted sabe que el diseño que hizo Norman Foster para Texcoco ya no será, pero más allá de que eso a usted le parezca bien o mal, ¿cómo se imagina que la nueva arquitectura será? ¿Trazos simples, líneas rectas, rectángulos transitables? ¿Austeridad que cumplirá con lo indispensable? Ahora imagínelo desde el aire. Si Santa Lucía sustituyó a Texcoco o, por lo menos una buena parte, considerando que algún día se echaría a andar Toluca y se remodelaría lo que ya tenemos, ¿ve a Santa Lucía tan grande como Texcoco?, ¿la mitad de grande? Y eso que mira es ¿más barato?, ¿qué tanto?, ¿la mitad?, ¿menos?

Ahora, abra los ojos. Texcoco iba a tener 120 posiciones, Santa Lucía tendrá 14. La décima parte. ¿Muy pequeñito? Como referencia quizá le sirva saber que Guadalajara tiene 12 posiciones fijas y 15 remotas y el aeropuerto de Atlanta tiene 195. ¿El precio? Texcoco iba a costar 150 mil millones de pesos, Santa Lucía lleva 80 mil, más los 100 mil que según el Presidente costó cancelar Texcoco (aunque la Auditoría dice que más). En voz de los militares a cargo de la obra, si las condiciones lo permiten, en 10 o 15 años Santa Lucía podrá tener otras 14 posiciones y en 2042, 6 más. En conclusión: el Aeropuerto de la Ciudad de México hoy tiene el doble de lo que Santa Lucía jamás tendrá.

¿No le parece sorprendente caer en cuenta que usted imaginó de más? Imaginó un gran aeropuerto en lugar del apéndice atrofiado de un aeropuerto abandonado. Usted cayó en una ilusión. Con lo cual, no importa que esté a favor o esté en contra del gobierno, lo indispensable es que esté despierto. 

@olabuenaga

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Ana María Olabuenaga
  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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