Política

El pecado de Morena

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Ellos empezaron. El reclamo es casi infantil, pero lo que implica es clarísimo: ellos tuvieron la culpa. Ellos pusieron las reglas y ellos decidieron el juego. Con lo cual, la culpa no la puede tener nadie más que ellos mismos. La lógica es simple; el tema es pantanoso.

De la misma forma en que una coladera se satura y no logra hacer que la corriente fluya por el drenaje subterráneo, el sistema colapsa, la presión interna sube, el agua regresa a la superficie y la coladera la escupe con la misma fuerza con la que antes se la tragaba, a Morena se le están desbordando los escándalos provocados por los excesos y los lujos. Con arcadas casi a diario, las coladeras los están vomitando.

Luisa María Alcalde, la presidenta de Morena, ha salido a tratar de hacer control de daños argumentado que no es delito gastar el dinero que gastan, que los morenistas han utilizado sus propios recursos y que “ellos no son iguales”. Piénselo por un instante, en el fondo, ¿a quién no son iguales?

Difícil establecer un punto de referencia siendo que ellos mismos se impusieron las reglas de conducta a seguir. Nadie se las ordenó. Fueron ellos quienes decidieron vivir bajo ciertos principios morales que consideraron los acercaría al pueblo y con ello les otorgaría la aceptación electoral necesaria, tal como alguna vez confesó con un delicado toque de cinismo el propio ex presidente. Tenía razón.

“No puede haber un gobierno rico con pueblo pobre”, repetía constantemente López Obrador. La premisa era: si el pueblo no puede optar por ciertos privilegios, ellos tampoco debían hacerlo. Una decisión ideológica y simbólica. Para eso estaba ese solitario billete de 200 pesos en su cartera, la mención de que un único par de zapatos resultaba suficiente y que estudiar en universidades extranjeras solo les enseñaría a robar por lo que no se debía aspirar a ello. Una cartilla moral diseñada específicamente para los morenistas.

Bajarse el sueldo, no vivir en la residencia oficial, no viajar en el avión presidencial. Reglas morales autoimpuestas, símbolos. Porque si el pueblo no podía vivir ni viajar así, ellos tampoco debían hacerlo. Austeridad franciscana. Eso decían.

Lo cierto es que antes, para bien o para mal, no era así. La gente entendía que desde la Casa Blanca en Washington hasta la Casa Rosada en Buenos Aires, los presidentes vivían en casas presidenciales durante su mandato, viajaban en aviones presidenciales y ganaban sueldos presidenciales, que siempre significaba ganar más de lo que uno ganaba. El tema es que al llegar Morena eso cambió. Ellos empezaron.

No, no es un delito gastar en viajes o lujos, como bien dice la presidenta de Morena. El tema es que, según ellos mismos, no es moral. Y lo saben. Por eso se esconden de las fotografías y usan gorras y lentes en los buffets de desayuno en Tokio.

Como hace tiempo expliqué con el escándalo de la “Casa Gris”, el sociólogo John B. Thompson sostiene que los escándalos son batallas por el poder simbólico y no, no son delitos pero sí una secularización del pecado. Lo que hace Morena es un pecado.

Con lo cual regreso a la pregunta: ¿a quién no son iguales? No se parecen a lo que ellos dicen que son. El quiebre moral los deslegitima. Si no se parecen a lo que decían que eran, en el fondo, no son nada.


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Ana María Olabuenaga
  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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