Llegó el momento de salir a las calles. Suena a una dramática exigencia que mi texto se impone, pero no soy yo la que está activando la alerta, son nuestras propias autoridades las que lo hacen. Entiendo que sería más fácil lanzarse por la puerta si fuera un sismo, porque el piso —la gran certeza que impulsa cada uno de nuestros pasos día con día— se estaría moviendo. La solidez del suelo —principio de nuestro ser y fin de nuestro mundo— se estaría estremeciendo. Saldríamos porque la alarma suena y nadie es tan necio para quedarse a ver cómo avanza el cauce de una cuarteadura y, mucho menos, ver la desembocadura del yeso hecho polvo desprenderse del techo. Salir a las calles mientras haya tiempo. No, no es un sismo, pero sí tiemblan las estructuras que nos sostienen y sí hay una alarma que nos anuncia la posibilidad de quedar atrapados y no poder salir de aquí nunca. Permitir que nuestro gobierno tome el control de nuestras autoridades electorales es para ponerse a temblar mientras presenciamos cómo se abre una grieta, una falla, un precipicio. Si esa simple credencial de elector que, por modesta, se esconde en la cartera y se queda olvidada en la recepción de los edificios, pierde su valor y fuerza, no seremos más que animales de corral como los que antes se regalaban en alguna elección. Borregos, gallinas: pueblo domesticado.
No estoy defendiendo al INE por una posición política y mucho menos partidaria. Lo defiendo porque tengo miedo, porque se está abriendo el piso que construimos parejo. Miedo de que lo que piensa cada uno no importe, dé igual. Que la voluntad no se respete y el que mande, mande sin parar. Perder la libertad.
No, tampoco lo hago por defender la alternancia como un deber, no lo es. Si la mayoría quiere votar por el mismo durante años, que así sea. No se trata de cambiar la visión de nadie, al contrario, es defender la de cada uno. No pretendo que la gente que está con el Presidente se vuelque en contra, solo que en esta batalla no dispare contra su igual que es el otro, a costa del que manda. Salir a la calle en un solo bando a defender. Por eso, ni siquiera voy a hablar de democracia. Plantearlo en esos términos es quedarnos muy cortos. Es más grande que eso, es libertad. Si cedemos en esta, cedemos todo.
Y tampoco les creamos cuando dicen que cuesta mucho el INE, no es verdad. Más cuestan los aeropuertos que se tiran y se levantan, los aviones que no se venden, los trenes; mientras esta humilde credencial sigue siendo el pasaporte para ir a donde nos dé la gana. No aceptemos que los consejeros del INE se elijan por consulta como dice el Presidente. Nunca en una consulta popular que haya hecho este gobierno ha decidido la gente. No fue así con el aeropuerto, ni con la revocación ni con nada. No cedamos la credencial que nos hace ciudadanos con voluntad.
Esta es la última oportunidad para la oposición. Si no defiende a este INE como está, le costará. No solo por el desprecio de los electores, sino porque ni con la unión y aun con los mejores discursos un voto a su favor será respetado.
Está temblando. Salgamos a las calles a defendernos a nosotros mismos. Si nos quedamos dentro, el piso de arriba colmado de gobernantes hará que el techo se nos caiga encima.
Ana María Olabuenaga