¡Qué afortunados somos! ¡La cantidad de acontecimientos históricos que estamos viviendo es increíble!
A todo lo que ha pasado desde que comenzó el año le debemos sumar la Ceremonia de Inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024.
No nos hagamos tontos. Estos eventos se estaban alejando, cada vez más, de las razones por las que fueron creados.
Eran un problema, un requisito burocrático, una cita tediosa, un estorbo, algo que costaba mucho y que dejaba poco, especialmente para los medios de comunicación.
Francia, la verdadera cuna de nuestra civilización, no iba a permitir que su olimpiada fuera una más del montón. No se iba a quedar en lo que se habían quedado todos.
¿Y qué hizo? Lo que mejor sabe hacer: la revolución.
Lo que usted, millones de personas y yo vimos el 26 de julio fue un momento de gloria en la historia universal.
Lo defino así porque desde hacía mucho tiempo que la humanidad había olvidado eso: la gloria.
La gloria es la grandeza, la trascendencia, el arte, la cultura, el orgullo, el deporte, los valores, el poder.
¡Gracias, París 2024, por informarle, a estas pobres generaciones, de lo que se trata el olimpismo, de lo que se trata la belleza, de lo que se trata estar vivo!
Yo no sé cómo le hicieron, porque evidentemente detrás de todas las innovaciones que vimos al aire el viernes pasado debe haber grandes batallas, pero transformaron esto, que era tan elitista, en una gran fiesta del pueblo.
No, no es que hayan sacado los Juegos Olímpicos de los estadios. Convirtieron a la ciudad más hermosa del mundo en el gran estadio de la humanidad, en un espacio gozoso, libre y sagrado donde todos podemos coexistir en paz.
Y cuando digo todos, somos todos: las mujeres, los hombres, las personas no binarias, los morenos, los rubios, los obesos, los esbeltos, la gente con discapacidad, el colectivo LGBT, los adultos mayores, los jóvenes, los famosos, los desconocidos.
Estos genios no se conformaron con los ideales de la Revolución Francesa. A la libertad, la igualdad y la fraternidad le sumaron muchas aportaciones más como la sororidad, la concordancia y la eternidad.
¿Quién había hablado de esto en la Ceremonia de Inauguración de unos Juegos Olímpicos?
Quiero que imagine la cara de muchos gobiernos, de muchos poderes y de muchos conservadores al ver a los franceses atreviéndose a poner sobre la mesa, en una fiesta de esta naturaleza, temas como el poliamor, la transexualidad y el placer.
Por la milésima parte de eso, en cualquier Super Bowl, hubieran interrumpido la transmisión.
Francia dijo: ¡por supuesto que no! Y las cosas no quedaron ahí: los organizadores de este evento magistral actualizaron “La última cena”, recuperaron las fiestas dionisiacas y se atrevieron a mandar uno de los mensajes más valientes que jamás se hayan visto en toda la historia de los medios de comunicación y de las redes sociales: Juana de Arco sigue cabalgando entre nosotros.
Entienda, por favor, que Juana de Arco era una mujer, una campesina, una joven que luchó por la libertad, una hereje que retó al sistema en una época peor de oscura que la que tenemos ahora.
Sí estamos hablando de algo muy fuerte e importante en términos ideológicos y más cuando nos lo colocan entre la pintura, la danza, la historia, la música, la moda, la ópera, la literatura, la gastronomía, el cine, el cabaret, una catedral católica, los atletas y los Minions.
Quién sabe qué vayamos a ver en Los Ángeles 2028, en Brisbane 2032 y en todas las inauguraciones que vengan después pero, definitivamente, la ceremonia del 26 de julio fue histórica y esa flama olímpica que flota en el espacio nos ilumina con una fuerza descomunal, con una luz que necesitábamos, con la luz de la Ciudad Luz.
¡Qué afortunados somos! ¡La cantidad de acontecimientos históricos que estamos viviendo es increíble! ¿O usted qué opina?