No me gustó el primer episodio de “Como agua para chocolate”, la miniserie de MAX. De hecho, lo odié. No la pienso seguir viendo.
¿Por qué? Porque no es “Como agua para chocolate”. Es un “show” como para malos turistas.
Ni quiero voltear a ver el nombre de los adaptadores porque algo me dice que es gente que no sabe de México o que no entiende nuestra cultura, pero no nuestra cultura obvia, ¡no!, nuestra cultura emocional.
Hicieron exactamente lo que hacían los adaptadores que acabaron con las telenovelas de Televisa a finales de los años 90, principios de los 2000: soberbia total. Cero respeto a la obra. Cero respeto al autor.
La quisieron mejorar (¡Cómo se atreven!). En realidad la arruinaron para que se luciera la producción.
¿Pero sabe qué es lo que más me duele? Que menosprecien al público. Que piensen que los suscriptores de MAX somos tontos y que necesitamos que nos expliquen hasta las cosas más obvias.
Señoras, señores: somos el público de “Succesion”, el de “House of the Dragon”, el de “The Penguin”. ¿Sí conocen a sus audiencias? ¡Tantito respeto, por favor!
¿Cuál fue la clave del éxito de “Como agua para chocolate”, el libro, cuando se publicó por primera vez? Que conectó con el público.
Todos decíamos: yo soy Tita, yo conozco a alguien como Tita, yo también honro y amo la comida mexicana, yo también creo en el amor.
Además, traicionaron las psicologías de los personajes. Me quiero morir de la vergüenza y del asco.
¿Quién autorizó esto? ¿Quién, que no entiende lo que es “Como agua para chocolate”, el libro?
En la novela de Laura Esquivel, Tita es una chica buena que pasa su infancia en la cocina aprendiendo los secretos gastronómicos de nuestros ancestros hasta dominarlos.
En la miniserie, Tita era una niña desmadrosa que se la pasaba jugando en el monte y que, como personaje de MARVEL, tiene superpoderes.
El suyo es pasarle sus emociones a quien come lo que ella cocina.
Yo incluso cuestionaría su bondad porque, a diferencia de lo que leímos en el libro, esta Tita era pretendida, desde el principio, por el doctor Brown. Sí tenía una opción sentimental.
Pero, como villana, lo desprecia y desobedece a su madre para ponerse a bailar con Pedro. ¿Le sigo?
¡Qué tan mal no estarán las cosas que uno, como espectador, acaba sintiendo más pena por Rosaura que por Tita!
En la novela, Mamá Elena vive en un rancho del norte de México, enviuda y tiene el reto de sacar adelante a sus tres hijas siendo mujer, mujer de finales del siglo XIX.
En la miniserie, Mamá Elena es una rica hacendada que odia a sus vecinos porque le robaron unas reses, o algo así, y que por dinero es capaz hasta de vender a sus hijas.
¿Sí se entiende la diferencia entre un rancho y una hacienda? ¿Sí queda claro que no es lo mismo el norte de México que el centro o el sur? ¿Necesito explicarle todo el tema de género, los valores y las tradiciones?
Aquí está lo más grave de “Como agua para chocolate”, la miniserie. En México, los hijos honramos a nuestros padres y es común que los cuidemos hasta su muerte.
No tiene nada de malo. No nos pesa. Lo hacemos porque los amamos pero, ¿qué pasa? Hay hijas, hay hijos, que lamentablemente dejan de vivir porque se entregan al cuidado de sus papás y, como es lógico, también hay padres que abusan de eso.
Este conflicto es tan íntimo, tan delicado, que hasta el día de hoy nadie lo ha sabido manejar con la maestría de Laura Esquivel en esta novela.
¡Pues qué cree! En “Como agua para chocolate”, la miniserie, Tita está condenada a cuidar a su madre de por vida porque Mamá Elena la odia, porque su madre tiene un secreto, porque lo que a su mamá le interesa es el dinero, la venganza.
Esta producción de Salma Hayek está tan mal adaptada que sus guionistas mataron todos los golpes dramáticos del primer capítulo del libro que, por cierto, gira alrededor de otra receta que seguramente eliminaron porque nunca han probado (ni entendido) las tortas de Navidad.
En el libro, todo el tema de “a ti te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte” y de la petición de mano, tiene un sentido.
¿Cuál? El de que Tita y Pedro van a vivir un amor prohibido. Esto es tremendo. Pedro “aceptó” seguir el juego de Mamá Elena para estar cerca de Tita. Ella, como es buena, sabe que eso no está bien y sufre, y siente un vacío, y se congela.
Ni caso tiene que le diga lo que hicieron en la miniserie. No es lo mismo: “sabes muy bien que por ser la más pequeña de mis hijas a ti te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte” que “hace tiempo que decidí que Tita se va a quedar a cuidarme en esta casa hasta que me muera”.
Por si esto no fuera lo suficientemente preocupante, el final del primer episodio carece del más mínimo impacto y es negativo: acaba en el eje de la historia, en lo que todos sabemos. No remata. No nos lleva a nada. ¡Hasta está en el tráiler!
¿Y por qué es negativo? Porque en una secuencia que jamás existió en el libro, pero que se veía muy bonita para efectos cinematográficos, Pedro se retira de la “hacienda” de Mamá Elena en su caballo, junto a su padre, dejando a Tita, que había salido corriendo (jamás supimos si a desahogarse, a alcanzarlo o a reclamarle) a medio camino, sola, sin siquiera voltear a verla.
Eso no lo hace un hombre enamorado. Eso no es de caballeros. Eso es de villanos.
Qué pena por el dineral que se gastaron, por toda la gente tan talentosa que está en esto y, por supuesto, por el reparto. Ojalá que algún día alguien le haga justicia a esta obra maestra de Laura Esquivel.
Sí, lo sé. El mundo de los malos turistas es enorme, MAX ha invertido una fortuna en promoción y es casi un hecho que esta miniserie reportará muy buenos números y, ¿por qué no?, varios premios. Pero no es “Como agua para chocolate”. ¡Qué pena!
Lo que le propongo es lo siguiente: leamos la novela. Hagamos un taller de lectura. Yo me ofrezco. Pongámonos a cocinar las recetas.
“Como agua para chocolate” sigue siendo tan hermosa como cuando se presentó en 1989. Es eterna, como el amor, como nuestra gastronomía.
Luche con todas sus fuerzas por leerla. Le va a gustar. De veras que sí.