
Comenzó el Mundial de Futbol de Qatar 2022 y tenemos mucho qué decir en materia de coberturas mediáticas y digitales. ¿Quién lo está haciendo mejor? ¿Quién, peor? ¿Por qué?
Antes que nada, hay que establecer la situación y hablar de lo que vimos ayer durante la ceremonia de inauguración independientemente de las televisoras, las redes y las plataformas.
¿Cuál es la nota? El desconcertante mensaje que este evento le mandó a la humanidad entera desde antes de que iniciara.
No nos hagamos tontos, será por la más lógica evolución social o por el impacto de las redes sociales, pero de un tiempo a la fecha todas, todos y todes nos hemos convertido, en mayor o menos medida, en activistas, en defensores de las causas más justas.
¿Y con qué nos sale Qatar 2002? Con que el que paga manda. Deje usted las contradicciones ideológicas, la decepción de ver a tantos ídolos que se han vuelto famosos por luchar por mil y un temas fundamentales, doblegándose ante el poder de este evento, y trucos como el de lo que sucedió con Morgan Freeman.
¿Qué ocurre en el interior de nosotras, de nosotros y de nosotres después de esto? ¿Con qué nos quedamos? ¿A qué podemos aspirar?
El poder del dinero nos golpea en este Mundial de Futbol hasta con las cosas más superficiales y de color como las fechas, las expresiones de júbilo y la venta de alcohol.
Y no, no nos confundamos, no se trata de respetar otra cultura. Se trata de congruencia, de valores irrenunciables, de causas que no son negociables. ¡Cuidado! No se puede apoyar a quien no respeta.
Pero entremos a la parte de la comunicación. Qatar 2022 es nota porque a lo que ya habíamos visto en otras ocasiones con la suma de medios, Apps y redes sociales, tenemos que agregar, por primera vez, el elemento plataformas.
¿Qué cambia? Todo. A partir de ayer, el futbol ya no nos une. Nos separa.
¿En qué? En audiencias de televisión abierta, de televisión de paga, de Apps, de redes y de sistemas de distribución de contenidos en línea.
Por lo mismo, salvo en partidos muy concretos, ya no urge correr a ver las cosas en vivo. Podemos ver lo que queramos, cuando queramos, donde queramos y participar cuando se nos pegue la gana.
Y esto incluye la parte del análisis, del color y del humor. Por eso hoy, como nunca, un video de pocos segundos que sube a Tik Tok o a Instagram vale tanto o más como el más caro, complejo y largo programa de revista diseñado para la televisión abierta privada nacional.
¿Cuáles son los retos? Primero, impactar. ¿Cómo puede una narración, un programa, una televisora, una App, una red o una plataforma llamar la atención frente a semejante atomización de opciones?
El Mundial es el Mundial. El futbol es el futbol. No puede cambiar. Quiero ver los arrebatos sensacionalistas de unos, las vulgaridades de otros, en esta lucha por impactar. Esto va a ser, o la flojera de flojeras, o la guerra de guerras.
Segundo reto: los costos. Los derechos de este tipo de eventos son cada vez más caros. Casi, casi, impagables. ¿Cómo le van a hacer todas estas compañías para recuperarlos, para no perder?
Si es un tanto penoso imaginar que, por culpa de estas cantidades, en más de un caso las telenovelas, las series u otra clase de contenidos vayan a ser los que terminen pagando Qatar 2022. ¿O usted qué opina?
Y tercer reto: el modelo de negocios. Ya hablamos de impacto y de costos, ¿pero qué pasa con las ganancias?
¿Cómo se gana con un Mundial de Futbol que se lleva a cabo a estas alturas del año, cuando los presupuestos de los anunciantes están más que agotados y más que repartidos?
¿Cómo se obtienen métricas que se traduzcan en utilidades cuando los números no llegan al mismo tiempo y están divididos entre los de una pantalla y los de muchas otras más?
¡Qué locura vender Qatar 2002! ¡Qué complicado hacer que esto funcione!
Por eso, mis respeto a quienes están participando en la producción y transmisión de contenidos alrededor de este Mundial. Mis respetos a quienes están lidiando con las contradicciones ideológicas.
Comenzó el Mundial de Futbol de Qatar 2022 y tenemos mucho qué decir en materia de coberturas mediáticas y digitales. ¿Quién lo está haciendo mejor? ¿Quién, peor? ¿Por qué?
Álvaro Cueva