El llanto de un niño frena primero el linchamiento y después la entrega de su padre a la policía por el fallido robo de una bicicleta en Roma, en aquel monumento fílmico dirigido por Vittorio De Sicca, trama que concluye con dos personajes volviendo a casa con una certeza adicional a su pobreza e infortunio: la vergüenza.
Hay ladrones o cosas peores, sin embargo, que están vedados para conocer la vergüenza, acaso a partir de alguna razón genética. Más aún: se ufanan de sus pillerías. De sus abusos. De sus mentes perturbadas.
Como Augusto Pinochet, detenido por Scotland Yard y con arresto domiciliario en Londres hasta que, por “razones humanitarias” dado el “deteriorado estado de salud” del dictador, fue devuelto a Chile en marzo de 2000. Apenas tocar suelo la silla de ruedas, el tirano se levantó sin mayor problema, abrazó al militar que lo esperaba y caminó firme frente al azoro del mundo por semejante desplante.
Qué tal, acaso usted lo recuerde, el caso de Carlos Cabal Peniche, quien salió huyendo con denuncias por defraudación en 1998, se ocultó en Italia años haciéndose pasar por vendedor de quesos y terminó detenido en Melbourne, de donde fue extraditado a México en 2001. El sujeto llegó al aeropuerto con un portafolio con el que dejaba claro el mensaje de que venía amparado contra todo. Y en efecto, no pisó la cárcel. Veinte años después, sigue en las mismas.
En estos tiempos de ajuste de cuentas no hay espacio para soslayar la “actuación” de Alonso Ancira, accionista principal de Altos Hornos de México, extraditado por España y recluido temporalmente aquí, pues llegó a un acuerdo con la Fiscalía General de la República para pagar 216 millones de dólares a cambio de su libertad. El día señalado, abordó una camioneta de superlujo y, puro en mano, abandonó el penal con una gran sonrisa.
Con similares arrogancia, excesos, cinismo, fanfarronería y cara dura es que Emilio Lozoya, también arreglado con la Fiscalía, puede llevar su vida de privilegios sin haber pisado la prisión, con el ardid del enfermo, y no solo no se siente avergonzado, sino que se ufana, como los pillos de su calaña: Pinochet, Cabal Peniche, Ancira...
Alfredo C. Villeda
@acvilleda