Algunas especies de dinosaurios migraban. Insectos como la mariposa monarca migran. Las aves migran. Ballenas y tortugas migran. En tierra existe un proceso peculiar, en las sabanas africanas: cada año, un millón y medio de ñus, con cebras y antílopes en menor medida, recorren el parque nacional del Serengueti, entre Kenia y Tanzania, en busca de mejores pastos.
Sin embargo, ese espectáculo conlleva peligros mayores y a cada paso deben ir sorteando obstáculos y evitando a los depredadores. Manadas de leones, familias de guepardos, jaurías de licaones y de hienas, todos siguen cada paso de los viajeros, que se aventuran no solo a desafiar esa custodia mortal a ras de pastizal, sino que deben también cruzar ríos infestados de cocodrilos.
Cuando hayan llegado a su destino el grupo resentirá múltiples bajas, decenas y decenas devorados por felinos, cánidos y reptiles, otros lastimados y exhaustos que ya no podrán hacer el éxodo de regreso. En medio de todo ese frenesí, centenares de turistas atestiguando la lucha por la vida y en tierras más inhóspitas cazadores furtivos acechando trofeos para sus salas.
La analogía de la sabana con lo que pasa a diario en México, como paso obligado para los migrantes, dista de ser mínima. Las caravanas deben pagar desde cada país de Centroamérica del que parten por el “servicio” de cruzar al norte del río Suchiate, donde un infierno de coyotes, narcotraficantes, agentes corruptos y entorno hostil, racista, los espera para exprimirles cada dólar.
Cuando han logrado superar la primera escala, Chiapas, el camino se irá complicando, porque escaseará la comida. Deberán recurrir a trenes de carga y a pedir limosna. Los que cuentan aún con dinero, pagarán un lugar en autobuses con disfraz de servicio de pasajeros que son trampas: el nuevo infierno se llama secuestro.
Los pocos que superen el río Bravo, sanos y salvos, tendrán un reto mayor: autoridades racistas, antimigrantes, como el gobernador de Texas, Greg Abbott. El camino es tanto o más peligroso que el de los ñus.