Antes de Neil Armstrong y del Apolo XI, de Yuri Gagarin y Laika, de la Estación Espacial Internacional, de Cabo Cañaveral, de Houston we have a problem, del Planeta de los Simios, de los cohetes de Elon Musk, de las sagas sobre los terminators, los aliens y los depredadores. Antes de ET, de la Zona del Silencio, del Área 51, de Jaime Maussan, de la carrera espacial, de Star Wars, del Challenger y del Discovery, de Gravity. Antes de la Luna roja y de los viajes turísticos al satélite.
Antes existió Julio Torri.
En un cuento magnífico titulado “La conquista de la Luna”, contenido en el libro De fusilamientos (1940), el escritor (1889-1970) nos relata que después de establecer un servicio de viajes de ida y vuelta a la Luna, de aprovechar las excelencias de su clima para la curación de los sanguíneos, los habitantes de la Tierra emprendieron la conquista del satélite, “polo de las más nobles y vagas disciplinas”.
Cuenta Torri que la guerra fue breve, porque los lunáticos, “seres los más suaves”, no opusieron resistencia y sin discusiones en café se dejaron gobernar por los terrestres, que, a fuerza de vencedores, padecieron la ilusión óptica de rigor y se pusieron a imitar las modas y usanzas de los vencidos. Sin embargo, las cosas comenzaron a tomar un camino peculiar.
“Todo el mundo se dio a las elegancias opacas y silenciosas. Los tísicos eran muy solicitados en sociedad y los moribundos decían frases excelentes. Hasta las señoras conversaban intrincadamente, y los reglamentos de policía y buen gobierno estaban escritos en estilo tan elaborado y sutil que eran incomprensibles de todo punto aun para los delincuentes más ilustrados.”
Hasta que ocurrió lo inevitable, el horror: “Los literatos vivían en la séptima esfera de la insinuación vaga, de la imagen torturada. Anunciaron los críticos el retorno a Mallarmé, pero pronto salieron de su error. Pronto se dejó también de escribir, porque la literatura no había sido sino una imperfección terrestre anterior a la conquista de la Luna”.