Stanislaw Lem ya era un personaje relevante en el mundo de la literatura cuando quiso publicar en Polonia una novela de Philip K. Dick, empresa que se dificultó a tal dimensión que acabó expulsado de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de Estados Unidos en 1976, que lo había acogido como miembro honorífico apenas tres años antes, pero no solo eso: el FBI le abrió un expediente.
En uno de sus momentos más oscuros y paranoicos, Dick denunció ante el Buró la actividad de un grupo sin rostro con sede en Cracovia, con las siglas “LEM”, que tenía el objetivo de infiltrarse en la ciencia ficción estadunidense, grilla que fue el empujón para que se le abrieran una investigación que no pasó del cajón en que se archivó la queja.
El lío comenzó porque Lem escribió una monografía sobre la ciencia ficción estadunidense que estaba ceñida a las obras que llegaban a cuentagotas a Europa del Este y a Dick lo presentaba como un grafómano. Recibida la bibliografía completa por intermediación de un amigo austriaco, el polaco quedó fascinado por Ubik, por lo que se propuso publicarla en su editorial propia.
Ahí comenzó la pesadilla, pues Dick quería cobrar en dólares y la autoridad polaca solo permitía el pago de honorarios en zlotys. El gringo, por lo demás, estaba quebrado y sus males incluían un trastorno mental que lo hacía pasar de un estado de euforia y amistad a un de rivalidad con arranques de ira que bien pudieran diagnosticarse como bipolaridad o personalidad límite. Además, estaba convencido de que un rostro extraño lo miraba desde el cielo, creía que seguía existiendo el Imperio romano y aseguraba que él era un cristiano perseguido por Nerón.
En su biografía Lem: una vida que no es de este mundo (Impedimenta, 2021), Wojciech Orlinski nos cuenta también sobre la noche en que este escritor, ateo y amante de la ciencia ficción, superado el tema Dick, se entera con los ánimos por las nubes de que su amigo Karol Wojtyla se ha convertido en el papa Juan Pablo II.
Alfredo Campos Villeda@acvilleda