Los resultados de la consulta popular para enjuiciar a los expresidentes no son sorpresivos: ni la baja participación, ni el “sí” generalizado (a pesar de la pregunta-retruécano que contenía la boleta). Y tampoco sorprende que la oposición se endilgara un “triunfo” y que el presidente y sus defensorxs desecharan la lectura de un ejercicio fallido y desviaran sus discursos hacia la supuesta ineficacia del INE.
El plebiscito de 2002, que consultó a la ciudadanía del entonces Distrito Federal acerca de la construcción del segundo piso del periférico, sólo logró poco más del 6% de participación. Aún así, y con justa razón, el entonces Jefe de Gobierno y ahora Presidente de México lo consideró un éxito por la razón, poderosa y simple, de que se trató de un ejercicio de democracia participativa. Y la oposición, al igual que ahora, interpretó como un triunfo el desdén de una ciudadanía desgastada por procesos electorales largos y costosos.
Lo que me sorprende son esos 102,945 ciudadanxs que el domingo pasado votaron explícitamente por el “no” (debe haber cientos de miles más que hubiesen hecho lo mismo). Hasta cierto punto, entiendo a quienes piensan “No me consultes, júzgalos”.
Entiendo a quienes consideraron un despropósito participar. Incluso intento comprender a quienes, con una rabia enfermiza, escribieron consignas contra AMLO en su boleta, anulando su voto. Pero esxs que se levantaron un domingo caluroso y fueron a la mesa y pusieron, convencidxs, un “no”, me dan ñáñaras.
Qué peligroso un ciudadano cuya comodidad u odio lo haga sentirse en paz con nuestra historia reciente de sangre y saqueo.
Qué peligroso y qué triste que haya quienes ni siquiera sospechen que a este país lo aventaron a un barraco.
Alfonso Valencia
@eljalf