Desde hace décadas se habla de la madurez de la ciudadanía y de la aspiración de una sociedad, más o menos educada, a autorregularse mediante el sentido común y una idea en la que el bienestar es una construcción colectiva. Para eso se requieren, al menos, dos cosas: organización horizontal y responsabilidad individual.
El futuro de las ciudades radica no sólo en la eficaz aplicación de reglamentos que las hagan más visibles, sino también en la capacidad de organización comunitaria y la responsabilidad de sus habitantes. La administración falla constantemente en retos que pronto escaparán totalmente de sus manos: pensemos en el procesamiento de los desechos y el abastecimiento de agua. Las proyecciones más esperanzadoras ubican un horizonte no mayor a 10 años para que el problema de acceso al agua potable sea un problema generalizado. Y por esto hay que entender un desabasto que va a poner en peligro a sectores cada vez mayores de la población.
Independientemente de que el discurso ahora se centre en controlar y regular el acceso de grandes empresas al agua, también es nuestra responsabilidad ejercer con prudencia nuestro derecho a su acceso y exigir a las autoridades su correcto resguardo y justa distribución.
Uno creería que luego de cientos de campañas de concientización ya no habría quienes laven a manguerazos sus patios todos los días. Pero los hay. Y uno pensaría que eso es insignificante ante el voraz consumo de empresas refresqueras. Sí. Pero estamos en el preámbulo de una crisis en la que cada litro será determinante para la paz de nuestras comunidades. No olviden que hace apenas unos años se pelearon por un galón de gasolina. Qué no se hará por un litro de agua limpia cuando sea demasiado tarde.
Alfonso Valencia
@eljalf
