La acción pedagógica del docente requiere de tener sentido, es decir, comprender la intencionalidad político-pedagógica con que se desarrolla. Se necesita pensar la práctica docente en sus planos social, histórico y político y no solo como una actividad cotidiana aislada. Entender nuestra acción pedagógica así, implica un proceso de interpretación crítica permanente donde haya un reconocimiento de la particularidad del contexto de acción, de los valores e intereses que están en juego y del conocimiento teórico-pedagógico que la orienta. La reflexión continua sobre ello permitirá dar nitidez a nuestra acción, en la que invariablemente se acompañará de la imaginación pedagógica como dispositivo inherente que busca trascender lo posible.
La imaginación pedagógica se sustenta en el conocimiento de la situación y en la exploración de posibilidades de acción. Se sitúa en el paradigma de la complejidad que considera una mirada multidimensional y comprensiva de la diversidad para reconocer y analizar la realidad. El pensamiento se moviliza en la incertidumbre y en lo posible. Desarrolla una acción dialéctica que intenta la articulación de la situación-problema con una intervención pedagógica viable.
La imaginación pedagógica rompe con la inhibición que le produce las determinantes de normatividad y de autoridad en lo cotidiano. La imposición del orden pedagógico que impide una conciencia de la acción se ve superado cuando los docentes imaginamos nuestra acción hacia otro rumbo donde nuestra voluntad se empodera y nuestros valores éticos se encumbran.
La imaginación pedagógica se constituye en un elemento para pensar crítica e históricamente nuestra acción. La razonabilidad y la inteligibilidad siempre están presentes porque existe un cuestionamiento recurrente sobre el origen, sentido y finalidad de nuestro proceder. La sensibilidad ante lo problemático se constituye en un detonante de imaginación, nuestro pensamiento se desplaza y moviliza en la búsqueda de posibilidades y en ello, el riesgo aparece, pero el atrevimiento es mayor. La imaginación no conoce límites, siempre busca salidas, siempre mira al frente. La imaginación proyecta modelos, caminos, metas, articulación de recursos y se hace acompañar de la esperanza para construir mundos diferentes y posibles, a través de prácticas más pertinentes y sensibles.
La imaginación pedagógica se construye en paralelo con el desarrollo de capacidades para trascender paradigmas y pensar en una sociedad diferente, más justa, más democrática. El docente se va constituyendo en un sujeto que reflexiona y da un sentido más humano a su acción pedagógica, alejándose del pensamiento técnico dominante. La acción pedagógica se piensa desde sus esencia social y humana y no desde una lógica de mercado y racionalista-técnico. En este proceso, el docente va haciendo una combinación de ideas provenientes de distintas disciplinas, donde la filosofía cobra relevancia. La filosofía le ofrecerá elementos para dar sentido al mundo, a la educación y a su propia práctica. La imaginación pedagógica y la filosofía se encuentran y articulan hacia una misma dirección: que la acción educativa sea pertinente en lo social y lo humano.
La imaginación pedagógica es emancipadora. Nos ayuda a liberarnos de los yugos de las tradiciones pedagógicas para señalarnos caminos de transformación. Ruptura el pensamiento dominante de las lógicas de política de los grupos hegemónicos. La imaginación pedagógica vuelve la mirada hacia la cultura como reconocimiento a los sentidos y significados que los hombres han construido en comunidad. Problematiza la realidad para que los docentes desarrollen conciencia y pertinencia de su acción. Ayuda a la formación del espíritu humano, con sentido crítico. Rompe con los silencios sedimentados y visualiza acciones más autónomas. Finalmente, desarrollar la imaginación pedagógica implica un deseo en los docentes: el deseo de la transformación educativa y social en el mundo complejo en el que hoy vivimos.